Capítulo tres.

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Carlos cargaba una cesta plástica, color amarillo en una mano, y en otra la manija de la carriola de su hija.

Hacía compras navideñas con su esposa, adquirieron un nuevo árbol de fibra óptica con el alumbrado blanco, algunos adornos, una malla color roja y un pie de árbol azul rey. Viviana llevaba un carrito aparte, donde guardaba todo eso. Mientras que Carlos, seleccionaba pañales, nuevos biberones y cereales con letras de aquellos que Cristina balbuceaba al disfrutarlos.

Las personas que lo veían tan animado con la niña, le sonreían, pero era porque lo reconocían de algún lado. Todavía no era lo suficientemente famoso, como para que los demás se acercaran a pedirle autógrafos. Él les devolvía la sonrisa, y continuaba su faena.

Después de pagar, embolsar y llevar sus paquetes al baúl del coche, se dirigían a la casa de ambos.

―Este año cenaremos con mi madre ―decía, mientras sacaba su pecho del sostén y Cristina introducía con desespero el pezón en su boca, para empezar a succionar la leche materna, cerrando los ojos en el proceso. Carlos manejaba, volteó y le dedicó una mirada tierna a su hija, siempre le gustó verla así―. Me ha dicho, que se ha sentido sola estos días, solo será nochebuena. El fin de año, lo pasamos en nuestra casa.

―Si tú lo dices, está bien ―contestó, fijando la vista al frente. Detuvo el auto en un semáforo. Abrió la guantera y sacó un cd, la radio transmitía una cadena nacional, comunicando la decisión del presidente de la república de desplegar sus militares a las calles, para tener unas navidades seguras―. ¿Cuándo compraremos lo de la cena?

―De eso me encargo yo, tranquilo. ―Cristina terminó dormida, entonces Viviana acomodó su sostén y su camisa, tapándose un poco. Le dio un beso en la coronilla a la bebé, y le sobó la frente sudada. Sonrió, porque la canción que se reproducía fue la misma que sonó en su boda con Carlos.

Llegaron a casa, y enseguida la mujer fue a dejar a la niña en su cuarto, y a su vez el hombre sacaba de tres en tres las bolsas y las colocaba de manera ordenada en el piso de la sala de estar. Así hasta terminar, cerró la puerta y comenzó a desempacar todo.

Por otro lado, Virginia terminó su jornada laboral con una satisfacción que nadie podía arruinar. Por fin, culminaba las grabaciones de su película y se le inundó el alma de nostalgia, siempre le pasaba cuando se acababa un proyecto. Los ojos se le inundaban de lágrimas, y las dejaba caer, era su mejor manera de desahogar cualquier cosa.

Agradeció a su equipo de trabajo, a los técnicos, sus compañeros, los camarógrafos, los encargados de llevar los refrigerios y a el director en especial, por tenerle paciencia y dejarla regresar sin pelearle primero.

Salió del estudio, rumbo a la cafetería, con el fin de beberse un café con leche con bocadillos, en santa paz. Sin embargo, los reporteros la embargaron, colocándole los micrófonos en alrededor de la cara, acción que le desagradó y lanzó un manotazo en su dirección, para que se alejaran de ella. Los aniquiló con la mirada. Pero ellos, necesitaban una noticia, una declaración por parte de Virginia, y ella estaba dispuesta a hablar. Fueron cinco meses desaparecida, ya no más.

―Virginia, tanto tiempo sin pasarte por aquí ―dijo una mujer, de la cadena competitiva―. ¿Qué se siente regresar, y encontrarte con las noticias de Francisco?

Rodó los ojos, bufando.

―En primer lugar, regresé por mi trabajo. Estuve en depresión, todos lo saben. Francisco Contreras, no es más que una ex relación, dejando una experiencia para no volver a cometerla jamás ―respondió firme. Ya no se formaba el nudo en su garganta. Sonrió―. Me tiene sin cuidado lo que diga, se ve que aún no lo supera. ―Les lanzó una mirada de sorna.

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