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Se dicen muchas cosas sobre este viejo cascarrabias, pero ninguna de ellas se acerca a la realidad. El dueño de la mansión era demasiado joven cuando enviudó. Las malas lenguas hablan sin parar... hay creencias de que la muchacha con la que se casó, en realidad no murió, sino que fue asesinada. Que el autor de semejante escabechina no fue otro que ese viejo cascarrabias que hoy día atemoriza a los niños, no dejan acercarse a nadie a menos de un metro de su propiedad y solo se deja ver durante la noche—en cuanto cae el sol—. Otros opinan, que no sucedió tal cosa. Los que comparten dicha opinión, son los más allegados al misterioso anciano que apenas sale de la mansión...

"...Joey abrió la puerta con el corazón a punto de salírsele del pecho. El viejo estaba a unos pasos, bajando la destartalada escalera, cerca de descubrirle. ¿De verdad creía poder escapar de la muerte? Estaba perdido. Aquel hombre iba a acabar con él tal como lo hizo con su esposa cuarenta años atrás. Arrojaría su cadáver en cualquier parte y nadie podría acusarle a él...".

Alba levantó la vista del portátil deseando seguir leyendo más de aquel relato. Hacía una media hora, Natalia se lo había enviado para que le diera su opinión. Estaba insegura porque quería presentarlo a un concurso, pero no lo veía demasiado bueno como para hacerlo. Y para colmo, no se lo había enviado completo. Necesitaba saber qué le ocurría al pobre Joey. ¿Cómo iba a dormir con aquella incertidumbre?

Alcanzó su móvil para escribirle pidiéndole, por favor, que lo acabase. Que cuando lo hiciera, se lo enseñase y que ni se le ocurriera dejar pasar la oportunidad de presentarlo al concurso.

"¿De verdad te gusta? Puedes decirme que es una mierda, no voy a enfadarme."

Contestó más rápido de lo esperado. Estaría aburrida como una ostra en el Corte Inglés.

"Claro que me gusta, ¿eres tonta? Dime que vas a acabarlo, porfi."

"Se intentará. La verdad es que estoy cero inspirada hoy."

"Yo he dejado de lado un trabajo por leerte."

"¿Entonces no quieres verme la carita? Mis hermanos han dicho de jugar al monopoly, pero ya sabes lo mucho que odio ese juego."

"Porque no sabes jugar."

"Mimimimimimi. "

Dejó escapar una carcajada. Natalia jamás iba a admitir que no sabía jugar al monopoly. Era a la única persona a la que no le gritaba cuando se lo decía. Desde hacía tres días sabía el porqué, y no podía estar más encantada. A veces se tocaba los labios distraída o se reía sola recordando la cara de Natalia cuando resbaló por el tobogán.

"Mira por la ventana."

Le extrañó aquel mensaje. ¿Ya había vuelto del Corte Inglés? Se levantó de la cama, donde llevaba dos horas tirada, y abrió la ventana. Natalia, que ni siquiera se había quitado el abrigo ni el gorro de lana, sostenía un blog y escribía concentrada en él. Se mordió el labio con ternura. Cuando le dio la vuelta, pudo ver, en una caligrafía mucho más madura, el mensaje.

¿Quieres ver una película?

Si iban a volver a hacer lo de las notas ella no pensaba quejarse. Le hizo un gesto con la mano para decirle que esperase un minuto y se apartó del balconcito para coger papel y rotulador. No tenía nada que fuera lo suficientemente adecuado... Salvo la pizarra vieja que su tía abuela guardaba en el altillo y que sabía que seguía allí.

—Espera cinco minutos—le gritó.

Natalia volvió a alzar el mensaje, balanceándolo de izquierda a derecha con una cómica mueca en los labios.

Retazos navideños.Where stories live. Discover now