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Nunca antes te había visto tan estresada hasta el punto de llorar, llegabas del hospital con tu hija en brazos luego de haber ido hacerle una revisión, ya qué no paraba de llorar y temias porque algo le sucedía. Pero no era así, eso te lo confirmó el doctor luego de chequear a tu bebe.
Volviste a casa más tranquila pero aún procupada porque ella seguía llorando, Taeil te vio sentada en la cama con su pequeña hija en brazos y se volvió a enamorar. Ante sus ojos eras la más hermosa mujer de todas, aún si tú rostro estaba demacrado. Si tus grandes ojeras se hacían presente debajo de tus ojos, tus labios secos y mordidos, tus mejillas marcadas con las lágrimas. Para él seguías siendo preciosa, la madre de su hija, la esposa que siempre soñó.
Enseguida caminó hasta ustedes, tomando a la niña llorona en sus brazos qué cuando sintió la dulce voz de Taeil, se calmó.
—No fui la única qué te extraño—dijiste aún entre lágrimas, Taeil te sonrió y se sentó a tu lado.
—Aquí estoy, mis amores—te respondió besando su cien y luego te acurrucaste en su hombro, poniendo una mano en la bebé, qué largó una risita al sentirte.
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