Asnápolis y Becerrón

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En la asamblea de asnos «mayores» del condado de Asnápolis, había un gran revuelo. Los asnos encargados de administrar el forraje de la comunidad, mostraban gran preocupación. Fieles a su condición de asnos, la sequía les había atropellado, pues no supieron reconocer los signos o más bien no quisieron . Su reputación estaba en juego frente a la comunidad. No quisieron alertar a los demás de la preocupante situación, no fuera a ser que dudaran de su capacidad y debieran renunciar a estar en la élite de la comunidad; puesto que los asnos «mayores», en virtud de su responsabilidad con el resto de la comunidad de Asnápolis, gozaban de ciertos privilegios que les confería la confianza depositada en ellos por parte del resto de la manada.

Habían vivido épocas difíciles en la que la mayoría de las praderas que circundaban su aldea habían padecido una gran sequía, de modo que habían decidido recurrir a buscar su alimento lejos de sus límites habituales, y de esa manera almacenar alimento para nutrir a la numerosa comunidad.

Por ese motivo los «mayores» de la comunidad habían viajado más allá de sus fronteras en busca de auxilio para paliar la grave situación que se empezaba a perfilar en la familia de asnos.

Se dirigieron hacia la comunidad  de Becerrón, la más poderosa de la región con la que compartían frontera. Cuando llegaron y contemplaron la opulencia con que esa comunidad vivía, y que disfrutaban de amplias praderas repletas de forraje y comodidades que ellos jamás habían visto; sintieron envidia y desearon ser como eran aquellos becerros, que disfrutaban de todas esas ventajas, que ellos ni siquiera habían imaginado.

El lujo y opulencia de toda cosa buena para los sentidos, era el motor de aquella comunidad. Como buenos asnos  se confundieron, y a la envidia que sentían le dieron nombre de legítimo deseo de prosperar y de protección. Así, fueron las perfectas víctimas de los «mayores» de Becerrón.

Los «mayores» de Asnápolis, se reunieron en consejo con los «mayores» de Becerrón, ávidos por conocer cuál era su modo de gobierno.

El secreto de Becerrón les fue revelado en la más estricta confidencialidad, a cambio tan sólo tendrían que rendir un pequeño tributo. Si Becerrón conseguía que los representantes de Asnápolis se aliaran con ellos, podrían conquistar la comunidad vecina sin tener que recurrir a una invasión violenta. Los «mayores» de Becerrón encontraron una oportunidad idónea para extender sus dominios hasta la comunidad de Asnápolis. Instruyeron a éstos en el pequeño secreto, esperando obtener rentabilidad en la nueva alianza.

Les condujeron a la zona más apartada de Becerrón en donde, para sorpresa de los »mayores» de Asnápolis, residía el secreto de tanto lujo y opulencia.

Rebaños de ovejas, piaras de cerdos, manadas de toda especie de viviente convivían en reducidos espacios en donde estaban dedicados a ser la fuente de riqueza de aquella comunidad de becerros.

Los encargados de suministrar el justo alimento, a cada especie para que no se iniciaran revueltas que perturbaran el orden establecido, eran las hienas, que a cada movimiento o intento de alterar el orden establecido, enseñaban sus dientes amedrentando a quienes, indefensos, reclamaban  más atención o alimento. Cuando algún despistado intentaba salir del límite circunscrito para su actividad, rápidamente era apartado de la comunidad para que no fuera una mala influencia para el resto.

Cada cual, en su especialidad, proporcionaba a los «mayores» de Becerrón el noventa por ciento del producto de su trabajo, que éstos a su vez lo invertían en el florecimiento de su propio bienestar e inversiones que quedaban fuera del alcance de quien no perteneciera a la élite de Becerrón .

El resto, ese diez por cien restante, era permitido que lo conservaran para el trueque entre las diferentes especies, asegurando así la subsistencia. Periódicamente sacrificaban algunos miembros de cada especie para el comercio con comunidades vecinas.

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⏰ Last updated: Dec 25, 2012 ⏰

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