Capítulo uno

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—¿Me oyes llamarte? —canté, antes de volver a pasar mis dedos por las cuerdas del ukulele y seguir con la canción—

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¿Me oyes llamarte? —canté, antes de volver a pasar mis dedos por las cuerdas del ukulele y seguir con la canción—. Porque cada noche, le hablo a la luna.

Aún intento llegar a ti

Esperando que tu estés del otro lado

Hablándome también a mí

¿O solo soy una tonta que se sienta sola a hablarle a la luna?

Sé que estas en algún lugar ahí afuera

Un lugar lejano aquí.

Terminé de tocar los últimos acordes del instrumento y miré a la cámara, intentando no sonrojarme. A pesar de llevar casi dos años grabando ese tipo de vídeos, seguía poniéndome un poco nerviosa tener la cámara frente a mí.

—Espero que les haya gustado la canción —sonreí. «No te muestres nerviosa», intenté recordarme—. Es una de mis favoritas y ya quería compartirla con ustedes. Nos vemos la siguiente semana. Un beso —fruncí los labios y tapé con la mano el lente de la cámara.

Solté un suspiró y rogué porque el segundo intento me hubiera quedado mejor que el primero. Limpié el sudor acumulado en el dorso de mis manos, grabar esa canción me ponía un poco más nerviosa que las que había grabado anteriormente.

Después de todo, era la canción de uno de los ídolos de Elián, uno de mis cantantes favoritos y como la tonta fan enamoradiza que era, una parte de mí —la no racional claro estaba— soñaba con que él pudiera verlo y, quizás, pudiera fijarse en mí o en mi talento, pero aquello solo eran suposiciones tontas de una fanática algo chiflada.

Un par de toques en la puerta de mi habitación me sacaron de mis pensamientos y apagué la cámara finalmente. El sonido de la puerta abriéndose y el perfume que usaba mi madre invadieron la instancia.

Demonios.

—¿Otra vez estás grabando esos vídeos? —la molestia en su voz era palpable y me reprendí internamente por quedarme como tonta tapando el lente de la cámara sin guardarla antes.

—Solo son canciones, mamá, no le hacen daño a nadie —murmuré más para mí que para ella.

—Si alguna empresa ve esos vídeos ten por seguro que no te tomarán como la seria estudiante de arquitectura que yo creo que eres —arqueó su ceja y giré para no verla. Sin la necesidad de tener un ojo puesto en ella, supe que había cruzado sus brazos.

—Sí, claro.

No le respondí más y esperé por su discurso sobre mi pérdida de tiempo con aquellos vídeos, después de todo, era lo único que decía cuando me escuchaba cantar o tocar el ukulele que papá me había regalado. Si al discurso le sumaba mi fracaso en un concurso de imitación al que había entrado meses atrás, entendía que no tuviera mucha fe en mí, aunque no dejaba de dolerme un poco el que no me apoyara con mis sueños.

Estrellas perdidasWhere stories live. Discover now