Prólogo

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Córdoba, Argentina. 17 de agosto de 1989.

Cabello castaño y lacio, ojos color café, nariz pequeña y labios finos; dentadura perfecta y pómulos pronunciados. Una tierna sonrisa que pronto se desvanecerá. Aquí sola, siempre sola.

En el día de hoy viste un abrigo marrón que modela su cintura por efecto del lazo rodeándolo; sus piernas entrecruzadas están cubiertas por un inoportuno revestimiento para mi vista. Lee concentrada, tanto que no percibe los rayos del sol esfumándose por completo. Acomoda su largo cabello hacia un costado y oprime el labio superior entre sus dientes mientras ríe; ladea su cabeza y levanta el cuello. Me relamo especulando en los detalles coordinados para su estadía en mi residencia.

Estoy exaltado anhelando perderme en la fragancia de su sangre, después de oírla sufrir y chillar. Desde hace tres días la vigilo, luego de verla caminar con evidente inocencia y desde ese instante no puedo dejar de imaginarla bajo mis dominios, torturada, jadeando, herida...

Doy una profunda calada a mi cigarro y la diviso enfrascado en la infinita obstinación; el hecho de conocer con anterioridad su destino, empalaga mis sentidos generando una percepción gloriosa de poder, de satisfacción; una corriente eléctrica sacude mi organismo al desplazarse por mi columna vertebral. Pliega el ejemplar del libro que lleva consigo para ponerse de pie, sacude su jean y se acomoda el atuendo. A continuación deposita el libro dentro del bolso y empieza a marchar por la plaza de la zona. Arrojo la colilla del cigarro, inclino la cabeza y con gran entusiasmo sitúo ambas manos en los fundillos de mi cazadora para ir detrás de ella.

—¡Oh, disculpe! — exclama al chocarse con mi cuerpo. No respondo— ¿se encuentra bien? —niego fervientemente— ¿Puedo hacer algo por usted?

—Sin duda que sí, preciosa— subo mi cabeza con lentitud para dejar ver mi peor sonrisa. Sus ojos se abren de par en par, se petrifica; comienza a temblar de pánico y el olor a su miedo me incentiva.

Intenta salir corriendo pero la sujeto de uno de sus brazos para retraer; posiciono la mano obstruyéndole la boca y la tomo por la cintura para alzarla. Insubordinada, forcejea en un intento desesperado por librarse, sumida en una lucha que inevitablemente perderá.

—¡Perra! —exclamo al sentir la fuerza de sus dientes en la palma de mi mano.

Se suelta, agarro su cabello e inminentemente golpeo su cabeza contra un muro consiguiendo desmayarla. La cargo al hombro y la destino a mi auto para arrojarla encima de los asientos traseros. Llego al sitio que tengo preparado desde hace varios meses, esperando a la mujer indicada para dar inicio a mis rituales. Verla inconsciente, con sus extremidades amarradas, imposibilitada de huir es una postal excelsa.

Me destino a la cocina, donde preparo un sándwich de jamón y queso; lo devoro impaciente, al mismo tiempo que los rasgos de la huésped se exhiben en mi cerebro. Enciendo otra vez un cigarrillo procurando aplacar la ansiedad, debo aprender a coordinar los tiempos y así lograr ejecutar cada movimiento como una auténtica tortura para mi presa. Bebo algo de ron y enciendo el televisor en el noticiero al que no presto menor atención, disfruto imaginando cuando hablen de mis hazañas por allí.

**********

—¿Pero por qué esa carita? —digo en tono entre burlón y penoso.

—¿Qué estás buscando? —su voz suena temblorosa y su semblante cansado. Doce horas aquí y ya su estado es hermosamente deteriorado.

—Solo quiero conocerte, que me des una oportunidad para pasar un tiempo juntos.

—Estás loco, completamente loco. ¡Suéltame! —grita con fuerza— ¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí!

—Nadie te va a escuchar, querida. Estamos solos tú y yo para disfrutar nuestro encuentro.

—Mis padres van a hacer la denuncia a la policía, me van a encontrar y vas a terminar preso. Se inteligente, déjame ir y no diré nada, te lo juro.

—Ilusa — me acerco a ella, poso mi mano en su rostro. Ella intenta apartarla y sujeto con fuerza su mentón— disfrutarás tu estadía. O tal vez no...

—¡Deja que me vaya, maldito hijo de puta!

—Hasta aquí te soporto, que conste que intenté ser cordial.

Me posiciono delante de sus ojos, busco un cigarro para encenderlo y doy una fuerte calada para luego expeler el humo sobre su lánguida palidez facial, provocándole un ligero catarro; y lo disfruto, tanto, que reitero la acción algunas veces más. Aun mareada, ahogada y débil, consigue elevar su mirada y fusionarla con la mía suplicando piedad; niego ferviente y excitado. Tomo su cabello por la nuca inclinando su cabeza hacia atrás y dispongo con vehemencia la lumbre de mi vicio en su garganta. Grita, llora, suplica, ruega...y me regocijo. Lo repito en su hombro, en una de sus mejillas y el último ardor en su ojo derecho, al que antes desplegué con mis dedos.

Debería detenerme por hoy, pero no es posible; simplemente no lo consigo. Tanto deseo reprimido durante años, imaginando un mundano retorcerse de dolor...necesito continuar. Sus suplicas son música para mis oídos, preciso más de esa sinfonía mágica; desenvaino mi cuchillo y me dispongo a extirparle uno de sus índices, pronto el dedo medio, sigo con el meñique y concluyo en el anular; uno por uno, con paciencia. Me siento atiborrado, excitado; las diferencias entre los humanos y los animales son notorias al momento de exterminar. El perro no suplica, el gato no ruega, el conejo no escurre lágrimas; ninguno de ellos me estimula tanto.

Ya sin las terminaciones de sus extremidades, la viscosidad carmesí brota a borbollones desde los carnosos agujeros; Mis sentidos se ven invadidos por ese deleitable aroma a plasma. Agonizante solloza sin ánimos, la empujo con menos rusticidad de la que desearía al notar que debido a su debilidad podría desvanecerse, y no es lo que deseo, la quiero consciente. Me deshago de sus pantalones y sus bragas, me alisto tirándome sobre ella para poseerla impetuoso, salvaje. Implora, llora, se queja casi inaudible. Saberla mía, indefensa, sangrienta y mutilada incentiva aun más mi lado cruel.

Al terminar con mi hazaña, acomodo mis prendas y me dispongo al resto; paso el filo de mi cuchillo por su yugular poniéndole fin a su existencia, marco su vientre con el símbolo que he adoptado para identificarme –una estrella luciferina- y desaparezco su cadáver. Sonrío satisfecho. Primer misión cumplida.  

EL SADICOWhere stories live. Discover now