Preguntas, preguntas, preguntas... parte uno

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Ese mismo día, Armando y Mario habían llegado muy temprano a Ecomoda. Ambos estaban en la oficina de Calderón. Oficina que Armando le había solicitado a Beatriz para poder trabajar en el nuevo plan de negocios junto con su amigo de juergas con el fin de subsanar de alguna manera sus acciones pasadas con la empresa.

El tiempo apremiaba y era necesario darle forma a la estrategia de negocios que le habían mencionado a la presidente el día anterior: Vender las franquicias en el extranjero.

Tenían tan solo tres días antes de comenzar con el viaje y llevar a cabo las negociaciones en el extranjero, por lo que con el tiempo corriendo, ambos se estaban discutiendo el itinerario del viaje: Brasil, Venezuela, México, Argentina, en fin, todos y cada uno de los lugares que Mario Calderón había estudiado como los posibles mercados donde serían bien recibidos. Tenía los contactos necesarios para iniciar con el plan, así que si salía acorde a éste, por fin lograrían posicionar a Ecomoda en el extranjero, pues el almacén en Palm Beach aún no marchaba como debía.

–Oiga hermano, ¿Y qué le dijo Marcela de su viaje? –preguntó Calderón, sin dejar de teclear en su computador la información necesaria: la proyección de venta de las franquicias, lo que se ofrecería a los clientes, las posibles cláusulas, los costos de inversión y del manejo de impuestos, todo para presentarles a sus clientes.

Armando por su lado, estaba verificando en su ordenador portátil la distribución de días y cartera de clientes a los que se dirigía personalmente, además de empatar la información de Calderón con la suya.

–¡Hombre, pues, nada hermano!... –exclamó con pesar –...No le he dicho nada –contestó sin mucho afán –Vea, es que realmente aún no está definido el itinerario y para serle sincero, no quería volver a discutir con ella –dijo con una palpable pesadez, alejando sus manos del computador.

–¡Ay mi expresidente! –exclamó Calderón, llevándose sus manos cruzadas hacia su estómago mientras se recargaba en el respaldo de su asiento. Él sabía más que nadie los cuestionamientos a los que sería sometido su amigo.

–Pues buena suerte, la va a necesitar –le deseó Calderón, burlándose un poco, antes de levantarse de su asiento y dirigirse a la puerta de su oficina.

–¡Qué cruuuuuuz! –soltó Armando, exhalando ruidosamente. Sabía lo que vendría cuando le contara a Marcela que saldría de Colombia por lo menos tres semanas, o incluso unas cuantas semanas más.

Mario Calderón asomó la cabeza por el umbral de la puerta con dirección al escritorio de su secretaria, pues necesitaba las cartas de colores de la próxima colección para detallar la presentación a sus futuros clientes. Notó que la peliteñida no estaba en su asiento, cosa que agradeció mentalmente.

–¡Sandra! –llamó Calderón, asomando solo la cabeza.

–¡Ay si, doctor! ¿Se le ofrece algo, doctor? –preguntó Sandra solícitamente, haciendo un mohín con los labios –dos jefes, mismo sueldo –pensó la más alta del cuartel.

– Sandra, necesito que se comunique a producción y pida las cartas de colores, ¿bueno? Y luego me las trae a mi oficina –ordenó a su secretaria.

–Claro que sí, doctor, ¡con mucho gusto! – Sandra asintiendo como siempre, tomando el auricular para marcar a producción.

–Alo, ¿Será que tienen listas las cartas de...? –decía, mientras Freddy salía del ascensor cargando un sublime y precioso arreglo de flores.

Mario estaba cerrando la puerta de su oficina, cuando recordó que tenía que pedirle un juego para Armando también, así que se asomó una vez más desde el umbral.

Santamaría x BettyWhere stories live. Discover now