Retribuciones

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Para ser un día laboral, era bastante tarde ya, poco más de las diez de la noche. Hacía frío, y la fina cortina de llovizna no lo hacía más llevadero. Claro que algo como la lluvia ya no me molestaba. Ni siquiera me mojaba. Las gotas de agua rebotaban contra la suerte de escudo invisible sobre mi cabeza, derramándose inofensivas hacia los lados. Usos del Don como ese se habían vuelto algo prácticamente habitual. Ni siquiera tenía que concentrarme demasiado, y el pinchazo en mi ojo era apenas una molestia. Completamente tolerable.

Me llevé tres comprimidos de ergotamina a la boca, por las dudas, y luego miré hacia ambos lados de la calle. No había prácticamente nadie. Unos pocos autos pasaban de tanto en tanto, levantando nubes de agua sobre las aceras, pero nada más. 

Al frente, del otro lado de la calle, estaba el bar. Veía las luces encendidas a través de las ventanas y escuchaba el ajetreo de las risas y la música. Matías, Mariela, Ignacio y hasta Sabrina estaban ahí desde hacía un par de horas. Esteban aún no llegaba. Había dicho que tenía un compromiso y que pasaría más tarde.

Creo que no hace falta explicar por qué yo no estaba allí con ellos. Basta decir que llevaba cerca de media hora abajo del agua, esperando que Esteban llegara al bar y se sumara al after. Ya remarqué que no tenía nada en contra suya, lo cual es cierto. Esteban y yo fuimos siempre completamente indiferentes. Él formaba parte del grupo de Matías y de Mariela, y supongo que el sentido de pertenencia a ese grupo, el deseo de querer seguir formando parte de él, fue lo que lo llevó a actuar así aquel día.

Fue durante la tarde, poco antes del horario habitual de salida. Yo no tenía ni idea, pero habían organizado un after para salir a tomar unos tragos a este bar, a pocas cuadras del estudio. Mariela iba por ahí, toda sonrisas, preguntando a dedo quién quería sumarse. Sabrina, que estaba sentada cerca mío, le dijo que sí. A mí no me preguntó nada. Estaba ahí, justo en frente suyo, pero siguió de largo como si yo no existiera. Ya en ese momento decidí que tenía que hacerle algo, quizás empujarla para que tropezara, o romperle el tacón del zapato, pero justo en ese instante se detuvo ante Esteban.

—¿Y vos Estebi? ¿Venís?

Él se llevó una mano a la nuca.

—Huy, justo tengo que pasar por lo de un amigo a buscar algo a la salida...

—Ay, pero viniste en la moto hoy, ¿no?

—Sí.

—Entonces pasate un ratito cuando salgas de lo de tu amigo. ¡Vamos a estar todos!

Ese "todos" no me incluía, por supuesto.

—Bueno, voy a tratar.

—No, tratar, no. —Mariela se cruzó de brazos en actitud coqueta—. Hace mucho que no salís con nosotros. No te vemos nunca, tenés que venir. ¿Vas a venir?

Todos lo estaban mirando, hasta yo, que no tenía nada que ver. Él me devolvió la mirada de reojo.

—Bueno, dale, voy. Al fin y al cabo, yo no soy un ermitaño como algunos.

Todos se echaron a reír. Hasta Sabrina esbozó una pequeña sonrisa, y eso fue lo peor. Esteban, por su parte, ya no me miraba, aunque yo sí a él. Era la primera vez que se burlaba de mí. No había ninguna necesidad de un comentario como ese, pero creo que, en su razonamiento interno, debió concluir que era la salida fácil. Él también era bastante callado e introvertido, y lo estaban poniendo a prueba. Lo estaban cuestionando frente a todos. ¿Solución? Desviar la atención hacia el blanco más fácil. 

Supongo que yo no hubiera hecho algo así de haber estado en su lugar, pero hasta cierto punto lo entendía. No lo aprobaba, pero lo entendía. Fuera como fuera, Esteban acababa de cometer un muy grave error. Solo no se había dado cuenta aún.

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