Capítulo 3: Primera Noche

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152 HORAS ANTES

Un segundo fue más que suficiente para caer del éxtasis a un desesperado caos. Todo el mundo corría despavorido a tomar sus cosas para huir del pueblo, a refugiarse en los bosques linderos, o a encontrar alguna aldea lejana si es que soportaban seguir el camino que hacían los mercaderes por la montaña. El presentimiento de Ángela era acertado, el aullido había reclamado su protagonismo antes de la salida del sol, durante la segunda luna.

Y entonces el juego comenzó, mientras la vida como Ángela la conocía llegaba a su fin. Pasaría un tiempo antes de que ella pudiera descubrirlo, pero esa era su última noche como una muchacha curiosa, algo impulsada por la intriga y, aunque no quisiera reconocerlo, felizmente ignorante. A partir de ese momento, la curiosidad y la intriga seguirían presentes, pero su ignorancia murió joven y se convirtió en una cicatriz más del pasado que habría que soportar para seguir adelante.

Ángela tuvo que utilizar todas sus fuerzas para evitar ser arrastrada por la multitud. Los ojos que se cruzaban con su mirada la dejaban profundamente afectada: las pupilas dilatadas, moviéndose frenéticas dentro de las cuencas, buscando un refugio muy lejano. El aire parecía haberse enfriado de golpe, y cada suspiro desesperado se transformaba en una nube de vapor.

A los lejos alguien gritaba su nombre, probablemente su madre. Sopesó sus opciones. ¿Debería ir con su madre y hermana? ¿Dónde había ido a parar Alek? Y quería despedirse de Black también. ¿Y si ellos ya estaban evacuando con los demás? ¿Y si al final decidían quedarse? Tenía que encontrarlos, pero no los veía por ningún lado, y la marea de gente que corría hacia la salida por el bosque la arrastraba cada vez un poco más. Al final, cedió ante los gritos de su madre, y comenzó a llamarla también.

—¡Mamá! —aulló, pero enseguida notó que había unas cuantas personas gritando la misma palabra, y que sería difícil reconocerla así. Tratando de mantener la calma, la llamó por su nombre—. ¡Constantine! ¡Constantine Fraser!

Luego de empujar a un par de ebrios que huían horrorizados, una mano serpenteó entre la multitud y la tomó con fuerza del brazo. Ángela intentó retroceder, sorprendida, hasta que reconoció el rostro de su madre.

—Vamos —dijo la mujer, aún aferrando a Ángela por la muñeca y con Mavra colgada del otro brazo—. No tenemos mucho tiempo.

Avanzaron en hilera tomadas de las manos, con la pequeña Mavra casi volando tras los pasos firmes y largos de Constantine. Ángela cerraba la marcha, mirando por sobre su hombro cada vez que podía, pero no logró hallar a Black o a Alek. Ni siquiera a los gemelos, o a alguien conocido. Le pareció ver la cabellera rojiza de Oksana, pero no estaba segura. Debía admitir que ella también estaba mareada por la cerveza y el licor.

—Madre, para —intentó llamar, pero la mujer iba demasiado concentrada. Casi llegaban a su cabaña—. Mamá.

Constantine se volteó bruscamente y volvió a tomar a Mavra en sus brazos. El miedo le bailaba en los ojos, pero de alguna forma que Ángela hallaba indescifrable, ese miedo parecía convivir con una firme determinación.

—Tienes que hacerlo, ¿verdad?

El tono con el que habló fue triste, y luego de esas palabras fue como si las tres se encontraran en su propia burbuja, inalcanzables para el barullo externo. Ángela asintió con una mueca, incapaz de hablar, y Mavra comenzó a llorar a los gritos.

—¿Cómo lo supiste? —le preguntó Ángela a su madre, mientras alzaba ella misma a su hermana y la apretaba contra su pecho.

—Últimamente tienes la misma actitud que él tenía. Como si no supieras bien lo que estás haciendo, pero dentro de ti sientes que este es tu deber —suspiró, aunque Ángela ya había entendido todo—. Tu padre.

LUPUS I - A los Lobos les gusta jugarWhere stories live. Discover now