Hogar (Parte I)

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La ciudad no había cambiado a penas nada

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La ciudad no había cambiado a penas nada. Mientras iba en el taxi que la llevaría a la casa que sus padres tenían en Hempstead —el barrio donde había crecido—, Claire vio que Londres continuaba siendo aquella ciudad colorista, diversa, cosmopolita y deslumbrante que con tanta nostalgia recordaba. La Londres histórica, la moderna, la artística, el London Eye, el Big Ben o la Abadía fueron algunos de los lugares frente a los cuales pasó de camino al norte de la ciudad.

La característica arquitectura del continente europeo, con construcciones de ladrillo y grandes ventanales, la hicieron sentir extrañamente en casa. Se moría de ganas por volver a pasear por Notting Hill, echarse a las calles del centro para vivir la música de los pubs que en tantos momentos le habían acompañado o inspirarse con la belleza y el arte del barrio de Southbank, donde viviría una vez le diesen las llaves de su nuevo apartamento.

Era pleno invierno en la ciudad. La humedad del Támesis y de la lluvia provocaban que el frío se calase sobre sus huesos, zarandeando su cabello en cuanto salió del vehículo, produciendo un murmullo rasgado en el ambiente silencioso del que continuaba siendo un barrio tranquilo de la ciudad.

Los abrazos con los que sus padres la recibieron una vez sacó sus pertinencias con ayuda del taxista, fueron suficiente para hacerla entrar en calor. Les había echado de menos, igual que ellos a su pequeña hija. La emoción por tenerla de vuelta podía verse en cada gesto, mirada cristalina o palabra de aquellos padres que, una vez, lloraron su marcha.

—Hija, todavía me parece increíble que estés de nuevo aquí —comentó su padre mientras la acompañaba al interior de la casa, encargándose de llevar dos de las maletas—. Es genial tenerte de vuelta. Tu madre está muy emocionada. Ya sabes cómo es, así que ten paciencia —la advirtió el hombre, sabiendo que su mujer a veces podía resultar demasiado intensa y que la relación con Claire era a veces tirante—. Aunque sea por un año, estoy seguro de que acabarás quedándote.

Ella rio ante el entusiasmo de su padre y sobre una idea que ni siquiera se había planteado o sabía si quiera si sería posible.

—Me alegro de estar aquí, papá —comentó la castaña apoyándose en el hombro del hombre al que tanto seguía admirando. A pesar de sus casi sesenta años, continuaba teniendo ese porte y ese atractivo del que su madre presumía siempre que podía.

—Sabemos que ya tienes el apartamento alquilado, cielo —comenzó su madre una vez entraron en el recibidor de la casa—, pero puedes quedarte en casa hasta que quieras, ¿vale? ¡Tu habitación está intacta! La he limpiado bien y está lista para que te sientas como en casa, que en realidad lo es y siempre lo será. A tu padre y a mí nos encantaría que te quedaras una temporada y...

—Diane... —la cortó el señor Amery, haciendo que la mujer se diera cuenta de que podía estar siendo un poco pesada.

—Gracias, mamá —le agradeció ella, siendo consciente de que la emoción podía con su madre y que no lo hacía para agobiarla.

Siete vueltas al solWhere stories live. Discover now