◽Infinito atardecer◽

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— ¿Señorita, Bower?

Una enfermera joven con un reluciente uniforme y que llevaba el cabello tan fuertemente atado en un molote alto se acercó a mí cuando tenía en el hospital casi seis horas de haber llegado, tenía también un sujetapapeles en sus finas y delgadas manos y lo llevaba muy pegado a su pecho cuando se aproximó a mí con timidez.

— Sí — levanté la mirada y aguanté la respiración durante un momento antes de que volvía a hablar.

— Dice el doctor Alva que puede entrar a verlo — dijo ella con una leve sonrisa en los labios tono rosa claro.

Me puse en pie atropelladamente, tomé la bolsa que había dejado sobre una de las tantas sillas vacías de la sala y la acompañé. Esa mujer desprendía una extraña sensación de paz y calidez, su carácter dulce y paciente hizo que mi cuerpo se relajara un poco cuando anduve tras ella por el largo pasillo iluminado por luces claras. Dimos vuelta en una esquina y seguimos unos cuantos metros hasta estar casi a medio pasillo, se detuvo y se plantó frente a una puerta de madera fina con una pequeña ventana en ella. La abrió con un delicado movimiento y se hizo a un lado haciendo una seña para que caminara. Tomé una profunda bocanada de aire y di unos cuantos pasos hacia el frente, pero antes de poner un pie dentro de la habitación miré dentro. Un muchacho de cabello llamativo descansaba sobre una cama de blancas sabanas, sus ojos verdes estaban cerrados, sus labios no mostraban la típica sonrisa que siempre había visto en ellos y a su cuerpo había adheridos más de media decena de cables que iban hasta aparatos que monitoreaban su respiración y ritmo cardiaco.

— Alex... — dije tras lanzar un sollozo y tapar mi cara tras la impresión.

— Hable con él. — sugirió ella con una sonrisa consoladora mientras posaba una mano sobre mi hombro —. Quizá la escuche y le haga bien.

Y tras decir esto dio media vuelta y se alejó, dejándome plantada bajo el marco de la puerta, mirando el cuerpo inconsciente de Alex tendido sobre la cama de acero. Un nudo en mi garganta se hizo presente al instante, y las lágrimas me cegaron por un breve momento antes de salir de mis ojos y resbalar limpiamente por mis mejillas. Aquello era lo más doloroso que había tenido que pasar en mi vida.

Di un paso dentro de la habitación conforme más lágrimas humedecían mi rostro, caminando lentamente, sintiendo como cada paso que daba era más doloroso que el anterior.

— Estoy aquí, Alex...— dije al estar junto a la cama y posar una mano sobre la suya —. Lo siento tanto.

Mi cuerpo se dobló a causa de un terrible dolor interno que salía de mi corazón, pasaba por mi pecho y me recorría por completo. Tomé su mano y la acerqué a mi mejilla, estaba tibia y era su mano, él seguía aquí y eso me mantenía aún con las pocas fuerzas que había dentro de mí.

— Y volviendo a contestar la pregunta que me hiciste hace un par de días... — presioné un poco su mano para hacerle saber que estaba con él —. No eres solo un acostón, Alex. Eres mi mejor amigo, mi confidente, el mejor chico que he conocido en mi vida y lamento tanto no haberme dado cuenta de eso desde el inicio de todo. Te amo, Alexander McClain, te amo más que a nada en este mundo... Y si pudiera cambiar mi lugar contigo en este momento lo haría, porque lo cierto es que no es culpa de nadie más que mía. Yo te llevé a ese grupo, te arrastré conmigo al infierno... y sobre todo, yo te busqué cuando me sentí sola. No fue una casualidad que estuviera tirando la basura aquel día.

Brillo esmeralda [COMPLETA ✔️ Novela 2]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant