Capítulo 27

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Junior

La tensión de la habitación de Emily es tal, que más que con un cuchillo podría cortarse con una motosierra. Miro a Diego, que a su vez mira a su hija, intentando comprender algo.

—¿Cómo?

—Estoy viviendo con Oliver. —Pensé que iba a explicarle los motivos por los que vino a casa, pero Emily, una vez más, me deja con la boca abierta—. Estamos juntos, papá.

—¿Cómo que juntos?

Emily me mira, como pidiendo permiso, y sonrío por toda respuesta. Llevo semanas un poco picajoso con que ella quisiera mantenerlo en secreto. No lo decía, porque sabía que tenía su sentido, pero no podía evitar que me molestara un poco. Ahora, ella está decidida y yo... creo que podría derretirme por esta mujer. Me acerco a ella, sostengo su mano y la aprieto, para que entienda que puede decir lo que quiera, hasta donde quiera.

—Juntos. Yo... me he enamorado de él.

Que me haya mirado a mí al pronunciar esas palabras es una declaración de intenciones más. Le sonrío, aprieto su mano de nuevo y miro a su padre. La habitación ha caído en un silencio sepulcral, salvo por el "qué fuerte" que ha soltado Mérida por lo bajo. Veo a Julieta acercarse a su marido lentamente, como si fuera un guepardo al que hay que controlar antes de que salte para cazar a su presa. Yo, en cambio, mantengo la espalda recta y la mirada fija. No me arrepiento de nada y, desde luego, no creo que deba pedir perdón por nada. Mi relación con Emily se ha basado siempre en la amistad, hasta que nos dimos cuenta de que podíamos ser más y, sinceramente, ahora mismo, es la persona más importante de mi vida; la mujer con la que quiero hacer vida presente y futura. No tengo por qué contarle eso a Diego, porque mis planes con Emily, que son muchos, debe saberlos ella antes que nadie, así que guardo silencio y espero sus palabras.

—¿Desde cuándo?

—Me fui a vivir con él prácticamente desde el inicio, pero no empezamos a salir hasta algunas semanas después.

Diego nos mira a uno y a otro y asiente una sola vez.

—Vale.

El silencio se ahonda más. Tanto, que creo que absolutamente todos los presentes nos sentimos incómodos.

—¿Vale? —pregunta Emily.

—Sí. Vale. ¿Estáis juntos? Pues vale.

Emily mira a su madre con toda la razón del mundo. Esta actitud no es normal. Ella encoge un poco los hombros, pero es evidente que también piensa lo mismo. Joder, hasta yo lo pienso. Este hombre montó un escándalo tras otro cuando supo que mi hermano y Vic estaban juntos. Y quiere mucho a Adam, no me cabe duda, pero también siente un resquemor constante al saber que, por él, su hija no vuelve a Sin Mar, donde ha querido que estén todos siempre. Y lo entiendo, puedo entenderlo, porque imagino que el hecho de tener a tu hija a miles de kilómetros pesa, pero eso no hará que entienda el modo en que suelta puyllas descontroladamente. Como tampoco entiendo la diversión que eso parece provocar en Adam. Mi hermano se ríe y casi diría que provoca situaciones en las que el poli acabe cabreado. Es una constante entre ellos y han conseguido que todo el mundo se tome a risa el tema. Yo no podría, porque no quiero que Diego piense mal de mí. Lo conozco desde que tenía seis años y lo admiro, respeto y quiero, por eso no sé si llevaría bien un enfrentamiento abierto.

—Oye, papá...

—¿Quieres que te traiga algo de la máquina de bebidas? Voy a por un café. El vuelo ha sido eterno.

—No puedo comer nada fuera de lo que me traigan aquí, supuestamente.

Diego asiente y sale, sin dar más tiempo a extender la conversación. Emily mira a su madre, que suspira.

Tú y yo, aunque arda el mundo Where stories live. Discover now