u n | u n o

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El gran salón se encontraba exageradamente lleno, todos observando el arte clásico que las pasadas generaciones habían traído a Francia. Se escuchaba cada pisada en la estructura del museo, tanto que el sonido se llegaba a distorsionar trayendo nuevas sinfonías que eran conversaciones vacías sobre el día o alguna pintura colgada. Sin embargo, estas palabras se desaparecían cada vez que el pelirosa se posicionaba enfrente de ese retrato.

Su mirada caía como cascada en cada trazo de la pintura de ese hombre de ojos color mar. Con un poco de atrevimiento pasó sus dedos sobre la pintura, precisamente en la mejilla del azabache, pudo sentir una chispa de electricidad recorrer sobre todo su cuerpo haciendo que su corazón acelerara como si se tratase de una pista de carreras.

— Quita esas sucias manos de mi rostro.— Masculló la pintura que ahora tenía vida. Sukuna retrocedió con asombro.

La pintura que antes era nada más que eso, le había hablado. Soltó una risa bufona.

— Ven y dímelo de frente. — Retó el pelirosa con una sonrisa de oreja a oreja. Obviamente era un retrato colgado en Louvre, no podía bajar y darle un golpe o eso creía.

El azabache sonrió. Como por arte de magia, la figura que estaba dentro del cuadro, una de sus piernas tocó el frío suelo del museo. Salió con autoridad, como si se tratase de un fácil truco de cartas.

— Usualmente las personas corren cuando me ven hablar.— Chasqueó la lengua. Su ahora, fría mirada, se dirigía al pelirosa que gozaba ver a su musa con vida. Megumi se limpió un poco el pulcro kimono azul con encajes dorados. — Pero me impresiona que tú no lo hayas hecho.

— Entonces ¿Soy el primer humano en ver un ángel como tú? — Sukuna se acercó algo coqueto. Llevó uno de sus dedos al cabello del pelinegro, acto seguido enrolló uno de sus mechones en su dedo.

Un suave color rojo apareció en las mejillas de Megumi. Sacudió su cabeza dándole un suave golpe en el hombro del ojos carmín.

— Me acostumbre a verte cada noche en el museo. — Cambio de tema el azabache.

De un momento a otro, las personas que rodeaban cada pintura habían desaparecido, dejando a solas a los dos hombres. Sukuna algo confundido empezó a buscar con la mirada a la multitud que inicialmente se encontraba en Louvre. Después de su intento fallido, volvió a dirigir su vista curiosa al ojiazul.

— ¿Quién eres? — Preguntó con delirio a su musa.

Megumi soltó una leve risa que a Sukuna le pareció tan adorable.

Antes de que el chico respondiera, las luces del Louvre se apagaron. Un hueco apareció abajo de él tragando su cuerpo, sintió que caía en un vacío viendo como la imagen de su musa se distorsionaba mientras se adentraba más en el hueco.

Y despertó.

Su respiración pendía de en un hilo, el sudor frío bajaba como hielo en su rostro. Dirigió su mirada al reloj digital de mesa que yacía en su habitación, marcaban las dos de la madrugada. Supuso que era madrugada ya que la ventana de su cuarto no recorría luz solar, únicamente rozaban las farolas que adornaban la calle. Se podía escuchar el vecindario algo callado; ningún vehículo circulando, ni voces de personas anunciando el periódico.

Con nerviosismo levantó una de sus manos viendo como éstas temblaban, aún así, observó la yema de sus dedos recordando cómo había acariciado la mejilla de su musa.

Acercó sus dedos a su rostro para observar si había algún rastro de pintura o señal que eso no fue un sueño.

...

aquarelle de rêve » sukufushi.Where stories live. Discover now