[ Dos ]

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Sangre.
...
O de cómo las cosas pueden salir mejor de lo esperado.
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Era su hora de descanso, le había tocado estar en una jodida cirugía que le había llevado más de la mitad de sus ganas de vivir. En esos momentos no sabía porqué había querido estudiar medicina, pudo haberse quedado cómodo con la herencia que le habían dejado sus abuelos, pero no, ahora se encontraba jugando al doctor mientras toleraba la mala cara de sus pacientes y los gritos históricos de los familiares.

Fue al comedor del hospital con tranquilidad, ignorando cualquier intento de conversación que sus compañeros y personal del hospital deseaban iniciar. Él sólo quería sentarse y comer con tranquilidad, de preferencia algo que no tuviera carne, estaba totalmente asqueado después de horas y horas en el quirófano.

Pidió un arroz y verduras, algo medianamente ligero para que su estómago pudiera digerir todo sin necesidad de recordar el olor de... Joder, esa mujer sí había estado mal.

Comenzó a comer sin dar mucho preámbulo, el tiempo era oro o, en su caso, era una vida que podría salvar. Justo estaba dando un bocado cuando la puerta del comedor se abrió estrepitosamente. Cuando vio a Avery entrar de forma apresurada, supo que no sería coincidencia que estuviera buscándolo. Dio un último bocado a su comida antes de verla con lástima, realmente quería terminarla.

—Doctor Marvolo, hay una emergencia y lo necesitamos en quirófano...

No necesitó más. Se levantó y comenzó una caminata rápida detrás de Avery, quien casi comenzaba a correr en medio de los pasillos. Claro, cuando llegó a la habitación que le requería, pudo lograr saber porqué tanta prisa.

Había sangre en cualquier lugar, su equipo médico se encontraba moviéndose con urgencia para controlar las hemorragias. Para ser sincero, Marvolo no lograba saber cuánta suerte debería tener el joven frente a él para lograr sobrevivir a eso.

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Se detuvo para suministrar los medicamentos vía venosa que le daban al joven. Para la sorpresa de todos (sí, hasta de sus padres) el joven azabache se había aferrado a la vida con tanta terquedad que sólo pudieron pensar que era un milagro.

Sí, claro, milagro. Marvolo estaba más agradecido de que sus manos se hubieran movido de una forma asombrosamente precisa para poder ayudar al joven que en un ser de dudosa existencia dándole otra oportunidad a... ¿cómo se llamaba su paciente? Oh, sí. Adrián Peverell.

Quitando todo eso, Marvolo se había hecho cargo de Adrián desde el momento que llegó. Si bien era más sencillo mandar a una enfermera, su equipo y él habían hecho un pacto silencioso de hacerse cargo de sus propios pacientes... El hospital no era reconocido por tener a las mejores enfermeras, si era sincero.

—¿Y cómo terminó así? —cuestionó Marvolo una vez que se encontró encerrado en la misma habitación que la madre y un amigo pelirrojo del azabache.

El amigo se volvió repentinamente incómodo y una mirada culpable salió a relucir.

—Fue mi culpa —susurró. Marvolo sólo pudo ver con desinterés los ojos azules del pelirrojo.

—No lo fue. —se metió la señora Peverell, quién poseía unos asombrosos ojos verdes— Nadie podía suponer lo que pasaría.

—Pero yo le pedí a Adrián que recogiera a mi hermana de la escuela —susurró apretando las manos. En esos momentos, Marvolo ya había dejado los medicamentos de lado—. Era mi responsabilidad y aún así decidí que fuera él...

Otras vidasWhere stories live. Discover now