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Un chico y un demonio en el mismo torreón. La luz de las velas iluminaba la estancia de piedra, las llamas bailaban sobre la piel de ambos.

—También ayudé a Suguru con una carpeta enorme de papeles. —Contaba, haciendo pequeños gestos nerviosos e ilusionados con las manos. —Y le abrí la puerta a Satoru, aunque luego nos insultamos en voz baja, pero es un avance, ¿sabes?

Sukuna sonrió, observando la bonita piel del chico que, por primera vez, no llevaba el uniforme puesto.

Unos sencillos pantalones de deporte negros, con rayas a los lados, enmarcaban sus piernas cruzadas sobre el suelo; llevaba una camiseta de tirantes de color blanco, debajo de una chaqueta de deporte azul oscuro. Había subido descalzo, con unos graciosos calcetines grises con lunares de colores.

Le resultó tierno. Tan parecido a cómo había sido antes, que lograba entristecerle con tan sólo el tono de su alegre voz.

—Eso es genial. —Susurró, ladeando la cabeza al ver cómo jugueteaba con sus dedos. —Deberías de volver a la cama.

Megumi negó con ligereza, contento.

Había dedicado toda una semana a comportarse como querían que se comportara. Había ido a todos los rezos, había compartido jarra de agua con sus compañeros. Sus amigos habían vuelto a hablarle, aquello había sido lo mejor.

Los profesores agradecían la repentina ausencia de mal carácter, saludándole cada vez que lo veían por los pasillos.

—Estoy bien contigo. —Contestó, deshaciendo las preocupaciones de su acompañante en hilos finos de color escarlata. Se perdió en aquella mirada de sangre durante un instante.

Estaba cerca, a su lado. Tan cerca. Podría tocarlo rápidamente, rozarle cuando no se diera cuenta. El calor de su presencia lo mimaba, cuidaba de él, pero quería un abrazo.

Despertaba con caricias en su pelo y, cuando abría los ojos, no descubría a nadie en su habitación; roces en su espalda cuando dormía sin camiseta. Alejaba los malos sueños, las pesadillas.

—Sabes que no. —Ryomen apartó el brazo más cercano al chico, leyendo lo que pensaba en sus pupilas. —No lo hagas más difícil.

Hizo un puchero, abrazándose a sí mismo, sus piernas contra su pecho. Se balanceó un poco, hacia delante y hacia atrás. Lo cierto era que sí estaba algo cansado. Pero, aguantaría, siempre lo hacía. Le encantaba poder escuchar su grave voz, observar las marcas de petróleo de su pecho, de aquel rostro delineado con finura.

El pelo echado hacia atrás, castaño, el rubí que lo atravesaba. Todo ello había logrado encandilarle en cierta medida. Agradecía su compañía.

—Pero... —Quiso protestar, decirle que, si quería, podía patearle escaleras abajo, que con aquel contacto le bastaría. Sin embargo, cambió de tema, a sabiendas de que no le gustaba hablar sobre ello. —Anoche soñé con papá.

—Creí que ya no tenías pesadillas. —Alzó una ceja, confundido.

Carraspeó, incómodo. Fushiguro se llevó una mano al pelo, echándolo hacia atrás.

—No fue un sueño malo. —Se encogió de hombros, sin saber muy bien cómo explicarse. —Creo que... Lo echo de menos.

Se arrepentía de todo lo que había hecho. De la sangre, de los gritos; de sus piernas fallando y dejándole caer al suelo, en medio del caos.

Había destrozado las fotografías de su familia sin piedad alguna, durante los primeros días que estuvo en el internado. Durante aquella época un par de tipos lo habían molestado por ser nuevo, pero no se había cortado un pelo en responder con violencia desgarrada en golpes.

Scarlet || SukuFushiWhere stories live. Discover now