Cuento del Navegante

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Cuento aquí la historia del principio de mis aventuras, a este lado

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Cuento aquí la historia del principio de mis aventuras, a este lado.

Queda ya lejano el día en que partiese con mi navío La Deseada y un puñado de marineros a mi cargo de las queridas costas de mi patria, y en estos, otros tiempos, como veis el tiempo parece haberse detenido por completo. Las rocas de esta fortaleza en ruinas que domina este yermo infinito aún pueden ofrecer algún resguardo, y sobre nuestras cabezas los milanos chillan; la tormenta avanza, buen amigo, pero en el ojo del huracán nosotros y el polvo de los osarios permanecemos quietos.

Arrojaré una rama más al fuego y que comience mi cuento para entreteneros estos desvelos, si os place.

¡Ja! No, y por si ya os lo estáis preguntando, no estoy muerto. He muerto incontables veces, es verdad, pero ahora mismo doy fe de estar tan vivo como vos. No soy inmortal.

¿Que quién soy? Nací muchos años ha con el nombre de Ruy Ramírez López, en una heredad llamada la de Villalobo. Hidalgo soy, y descendiente de ilustres marineros como conoceréis por mis apellidos, y ya desde joven estuve al servicio de Sus Majestades, los Reyes de las Españas. Medio castellano y medio malagueño soy, navegante por deseo de Dios y de mi corazón, y también pescador, músico, aventurero o como Fortuna quisiese llamarme. Gocé de alguna formación clásica gracias a mi familia, pero baste ya con esto, y demos comienzo.

Digo pues, que en según mi historia comienza, di por salir de mis tierras y aventurarme en lugares extraños donde nunca otro navegante hubiera llegado antes. Me inspiraban las propias historias familiares así como las del inmortal genovés, cuyo cuaderno de bitácora decía el frailecillo de las Casas haber transcrito y que tantas veces había leído yo de niño. ¡Qué joven, qué ingenuo, y a la vez cuán libre!

Digo que partí, y me despedí de allegados y cortesanas, y en dejando bien patentes las ya probadas glorias de mis abuelos como marinos zarpé de Palos con no poco valor, corazón y ansias de gloria.

No es menester que dé cuenta aquí de las consabidas dificultades que enfrenté los años siguientes. Yo también recorrí las rutas marinas que llevaran a Marco Polo a la Ciudad Prohibida de Catay, y heredé y estudié extrañas cartas náuticas que nos dirigieron incluso más allá de San Lázaro, hasta echar ancla frente a las islas de Iapam. Allí hablé con Tay Fusa sobre piratas y por encargo del Condestable, y no hubo acuerdo, y vivimos como distinguidos prisioneros entre ellos durante varios años.

Al cabo regresé, y otros tantos años navegué también por el Egeo, persiguiendo al Turco, y en algunas de sus islas más recónditas descubrimos que aún existen locos herejes que adoran al Dios-Pez de los filisteos, en cuevas submarinas. Aún llegué después a contemplar las Montañas de Atlas, cuando crucé de nuevo las Columnas de Hércules...

Pues bien, en el Año del Señor de... No, que Dios me perdone, pero no me acuerdo. A fe, en aquel año al cabo yo ya no era joven, y mis cabellos ya se teñían de plata, y me vi con mis hombres frente a costas de Scandia, en el norte de la oikouménē, que es como llamaban los antiguos griegos al Mundo Conocido.

#1. Cuento del Navegante (serie de 7 relatos completa)Where stories live. Discover now