Parte única

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Raoul no creía en la magia.

Nunca lo había hecho, en realidad. Ni siquiera cuando su madre le narraba todas esas historias de cuentos de hadas, superhéroes y villanos antes de irse a dormir. Siempre había creído que la magia era un artificio social. Una invención de la ficción para conseguir entretener a las personas que, ilusionadas, creían en la existencia de otros mundos, extraterrestres o en el amor a primera vista.

La magia y el destino, dos conceptos que, bajo su punto de vista, rompían la realidad. Personas ciegas que creían en horóscopos, cómo si la situación de los astros fuera a cambiar las cagadas que realizabas en tu día a día. El destino, como si existiese un ser superior al que le importáramos lo más mínimo para malgastar su tiempo en definir nuestras vidas. Tonterías.

Raoul Vázquez, el niño perfeccionista, el que no creía en la magia y al que un amor platónico amenazaba con robarle la cordura de la que siempre había presumido, casi invitándolo al desquicie del que nunca había querido oír hablar.

Raoul Vázquez, el niño perfeccionista que, en ese preciso instante, agarró su cuaderno favorito y compuso la canción que lo haría abrazar la locura sin ser consciente de ello en aquel instante. Por primera vez en años, se permitió tachar las palabras inadecuadas, descartándolas sin sentirse mal por ello.

El inicio de su destino, que le robó toda consciencia y lo amarró de brazos y piernas, demostrando que su fuerza era tan admirable que ningún tipo de orden establecido podría destruirlo. El destino al que siempre se había mostrado reticente, aquel que lo obsequiaría con la mayor recompensa jamás imaginada, había puesto por fin sus pies en casa de los Vázquez para quedarse, al menos, por un tiempo.

Porque Agoney Hernández escondía un secreto que sus gestos calmados callaban.

Porque las almas gemelas estaban destinadas a estar juntas, aunque el más joven de los Vázquez no creyera en artificios de un destino caprichoso.

***

5 de febrero

Instituto de Artes Vincent Van Gogh

9:07

—Os digo que ese chico tiene algo.

En la última fila de la clase de Historia de la Música, Nerea miraba embobada al moreno que hablaba con la profesora con todo el interés que le faltaba al resto de la clase. Su novia rio en voz alta, ganándose una mirada de advertencia por parte de la señora Gómez, y obligándolo a él a morderse el labio para no reír aún más fuerte que la morena. Cuando la maestra retiró la vista y comenzó una nueva conversación con Agoney, que en todo aquel rato había decidido ignorar desde la primera fila lo que estaba aconteciendo en la parte de atrás del aula. Raoul lo miró de reojo, consciente de que la pequeña tenía toda la razón.

Agoney era de esas personas que eran un enigma en sí mismas. Era una de las personas más populares del instituto, cualquiera daría lo que fuera por entablar una amistad con él, pero nunca se le veía rodeado de otra gente, al contrario, parecía disfrutar la soledad. Ese hecho, sin embargo, no significaba que fuera una persona desagradable; al contrario, si por algo era conocido Agoney Hernández era por cada una de las obras de solidaridad que había tenido con sus compañeros, profesores y gente ajena al instituto.

A Raoul Agoney le parecía algo así como la personificación del síndrome de Estocolmo. Toda la ciudad conocía que el genio Hernández tenía un secreto, algunas personas incluso se habían atrevido a teorizar sobre ello: problemas familiares, algún tipo de enfermedad o trastorno que le impedía poder abrirse con los demás, quizás un trauma del pasado... Lo cierto es que, con el tiempo, acababa demostrándose que todas aquellas teorías tan absurdas no eran más que habladurías que nada tenían que ver con la vida del moreno. Él mismo las desmentía, pero lo cierto es que, más que callar a las malas lenguas, lo único que conseguía era aumentar aún más el misterio que lo rodeaba, dando alas inconscientemente a las personas para seguir hablando de él como si de un personaje de ficción se tratara. No podía saberlo con certeza, en realidad, pero Raoul estaba bastante seguro de que aquel era el motivo por el cual el chico se había encerrado en sí mismo, convirtiéndose en secuestrador y secuestrado, y había acabado amando aquella situación.

EufoníaWhere stories live. Discover now