Veintidós.

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Ary.

Respira…

Saco la cabeza del agua para ingerir aire, mis pulmones se sentían presionados y ahora mis oídos parecen estar inundados de agua.

Por dios, me siento muy extraña.

La felicidad recorre cada una mis venas y me siento llena de amor como si me hubiese comido una exagerada dosis de sopa con corazones, sin embargo también me siento nerviosa y abrumada.

Es probable que lleve más de una hora dentro de la bañera reflexionando sin poder dejar de pensar un solo momento en lo que ocurrió anoche. Y no es que me arrepienta, al contrario, fue algo hermoso y perfecto, podría volver a hacerlo cientos de veces, como podría escribir una novela enorme de lo maravilloso que puede llegar a ser, pero…Dios, no lo sé, yo misma me exaspero.

Quiero ver a Jake, sí, quiero correr hasta su casa, lanzarme en sus fuertes brazos, decirle que lo amo y que no me deje nunca, pero entonces pienso en lo poco que falta para que termine el año, y lo difícil que será separarnos, es como si la distancia estuviera constantemente dispuesta a desviarnos, como si le divirtiera verme sufrir a causa de los viajes y la maldición de llevarse lejos a mi mejor amigo.

Entierro mi rostro en las manos húmedas. El agua ya está casi fría lo que es señal que debo salir de aquí antes de pescar un resfriado.

La cabeza me da vueltas cuando camino hacia mi cuarto, ya casi es hora de almorzar, pero no tengo hambre. En estos momentos necesito ayuda, y no la ayuda de una amiga ni de tu novio, no, sino la de alguien más, la ayuda de alguien que ha vivido mucho más, que tiene mucha más experiencia, palabras y consejos que te pueden ayudar.

Eso es.

La necesito a ella.

Requiero vaciar todos los sentimientos que me apabullan.

Me visto rápido, tomo unos vaqueros, una camisa, un abrigo y una botas. Seco mi cabello casi con desesperación y bajo las escaleras de dos en dos mientras me las arreglo para envolver mi cuello en una bufanda y cubrir mi cabeza con un gorro de lana.

Mamá asoma su cabeza por la cocina. Escucho que dice algo pero yo no le contesto, saco las llaves de su bolso, un par de dólares de la billetera de papá y lanzando un beso rápido salgo por la puerta.

—¿Dónde vas? —Christy está justo fuera de mi puerta.

—Lo siento —mascullo—, hoy no estaré en casa.

—¿Sí, pero dónde vas? —insiste y saluda a mamá con la mano.

—Por ahí.

—¿Por ahí? Pensaba ir de comprar hoy.

—De verdad, Christy, hoy no puedo, tengo cosas que hacer.

Sin dar más explicaciones me dirijo al auto.

—¿Y vas sola? ¿Ya almorzaste?

—Así es —miento—. Nos vemos luego, estoy algo apurada. Hablamos esta noche, dicen que ha llegado una muy buena película al cine… Adiós.

Prendo el motor del auto y despidiéndome con la mano y una gran sonrisa me voy. Sé que eso ha sido extraño y seguro ella estará molesta conmigo hasta mañana pero la verdad es que quiero estar sola y no necesito que me insistan justo ahora.

Tomo la carretera de la costa, me gusta ver el oleaje y sentir el olor a mar. Siempre me ha atraído el color ocre de la arena y lo diferente que es la playa en el invierno y el verano. Siempre es el mismo mar, pero los distintos colores del cielo lo pueden cambiar todo, desde el aroma hasta la forma distinta en que danzan las olas antes de lamer los guijarros rotos de la orilla.

Solo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora