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Se encontró a sí misma entrando al cuarto del joven, dejándose guiar por el maravilloso sonido que escuchaba. Una melodía celestial, una canción que creía haber escuchado antes. Pero, ¿era posible? ¿Cómo puede ser que haya escuchado esa misma melodía antes?

Ah, y él empezó a cantar. Era como si la llamara, como si quisiera que ella estuviese ahí. Si no lo conociera, ella hubiera relacionado tal voz a un ángel. Quizás lo era: quizás era una especie de ángel guardián de la chica, lo que sería una pena. Imaginá enamorarte de tu ángel guardián. No quería ni pensar en eso.

Lo primero que vió al recostarse en el marco de la puerta fue su espalda. Estaba sentado frente a su ventana, tocando la guitarra, por demás concentrado pero nunca ajeno a su presencia. Sonrió levemente apenas se dio cuenta de que estaba llegando a su lugar favorito la persona a la que moría por ver de nuevo.

—Sabía que vendrías —consiguió decir, sin dejar de tocar el instrumento.

La mujercita sonrió y puso sus ojos en blanco. Hizo trizas la distancia entre ambos y se sentó a su lado, enfrentándolo.

Se miraron a los ojos y encontraron la paz que venían deseando toda la semana.

—Pasó muchísimo tiempo —murmuró ella.

Él asintió. Desde ya que era cierto. Hacía muchas noches que no soñaba con ella... Había estado muy ocupado con el tema de la gira y el nuevo álbum, por lo que a duras penas logró dormir entre recitales y aviones.

—No pude dormir bien por días... Entiendo que es por eso.

La castaña se mordió el labio inferior. De alguna forma, ella sabía. Todo eso era completamente nuevo para ella, y aún estaba tratando de entender por qué sabía de antemano que estaba bastante ocupado y estresado.

—No me preguntes cómo, ni por qué, o eso, pero yo ya... ¿sabía? —pronunció mientras fruncía el ceño. Era raro, como si estuviera volviéndose loca. Toda esta cosa de los sueños había llegado súper lejos. Lo reconocía, pero no podía dejarlo.

El rubio dejó de tocar para verla a los ojos. No estaba seguro de haber escuchado correctamente.

—¿Perdón? ¿Sabías?

Ella soltó una pequeña risita y suspiró. Exacto, bebé. Exacto, pensó.

—No importa. Seguí tocando.

Sus deseos eran órdenes para él. Podría haberle pedido la luna y él hubiese buscado la forma de dársela. Volvió a tocar dulces acordes. Optó por no preguntar mucho y, en cambio, disfrutar de su compañía. No les quedaría mucho más tiempo hasta que el amanecer hiciera su innecesaria, aunque inevitable (y molesta) aparición.

—¿Cómo se llama? —se preguntó en voz alta cuando él comenzo a tocar otra canción, una que nunca había escuchado.

Él miró por la ventana, preguntándose lo mismo. La canción aún no tenía título. Tenía la esperanza de que el océano le pusiera uno si ella no llegaba como él esperaba.

—No se me ocurrió un título perfecto —confesó—. Igual, aún no la pude terminar. Por eso elegí este lugar esta noche.

Ella miró a su alrededor, inspeccionando la habitación. No cabía duda de que estuvo ahí antes.

—¿Tu... pieza?

Él negó con la cabeza, entre tiernas risas.

—No es mi pieza, princesa. Es mi refugio.

La joven de los ojos marrones miró hacia el mismo lado que él miraba y se encontró con un hermoso paisaje frente a ellos. La luz de la luna se reflejaba en el océano y la arena en la playa completaba la imagen. Por supuesto que era su refugio.

medianoche; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora