Capitulo 20

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¿Alguien aparte de Esta Autora ha advertido que la señorita Prim Everdeen ha estado muy absorta últimamente? Corre el rumor de que le han robado el corazón, aunque nadie parece conocer la identidad del afortunado caballero.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
13 de junio de 1814

— ¿Sabes qué pienso? —preguntó Katniss mientras estaba sentada en su tocador cepillándose el pelo. —Pienso que la siguiente vez que haya una tormenta, no me va a pasar nada.

Peeta, que se encontraba de pie junto a la camaa, mirándola.
— ¿De veras? —preguntó.

Katniss asintió con la cabeza.
—Es una intuición.

—Las intuiciones —dijo él con una voz que sonaba extraña incluso para sus propios oídos — a menudo son  acertadas.

—Tal vez. Durante toda mi vida he tenido esta cosa espantosa sobre mi. Cada vez que había una tormenta, me hacía trizas, pensaba... o más bien sabía que... que iba a morir. Lo sabía. —tenia una expresión tensa. —Estoy segura de que pensarás que es la cosa más tonta que se pueda imaginar —dijo con gesto avergonzado—. Eres tan racional y práctico que no creo que puedas entender algo así.

Si ella supiera... Peeta se frotó los ojos, sentía una extraña embriaguez.
Fue tambaleándose hasta una silla para sentarse, con la esperanza de que Katniss no advirtiera lo inestable que se sentía.

Por suerte, ella estaba demasiado avergonzada como para mirarle.
—Cuando llovía —le explicó Katniss—solo existía mi miedo. Luego el sol salía, y  me daba cuenta de lo tonta que había sido, pero la siguiente vez que había una tormenta, era lo mismo. Una y otra vez sabía que iba a morir. Lo sabía, y ya está.

Peeta sintió náuseas. Todo su cuerpo le parecía extraño, como si no fuera el suyo. 

—De hecho —continuó ella y alzó la cabeza para mirarle—, la única vez que sentí que podía vivir hasta el día siguiente fue en Aubrey Hall. —Se levantó y se sentó en su regazo, recargando su mejilla en su pecho—. Contigo —susurró.

Peeta levantó la mano para acariciarle el pelo, y aspiró su aroma.

No tenía ni idea de que Katniss fuera consciente de su propia mortalidad. La mayoría de gente no lo era. Aquello le había provocado a él una sensación de aislamiento a lo largo de los años, como si entendiera una verdad básica y espantosa que nadie más quería comprender.

Pero ahora Katniss, a diferencia de él, lo había vencido. Ella había luchado contra sus demonios y había vencido.
Katniss había vencido. Mientras que él, pese a que había reconocido sus demonios, se negaba a enfrentarlos, petrificado de terror. Y todo porque lo único que juraba que nunca sucedería,  había pasado.

Se había enamorado de su esposa.

Se había enamorado de Katniss, y ahora la idea de morir, de dejarla, de saber que sus momentos juntos formarían un breve poema y no una novela larga y estimulante... era más de lo que podía soportar.

Y no sabía a quién echarle la culpa. Quería culpar a su padre, por morir joven y dejarle aquella horrible maldición. Quería culpar a Katniss, por aparecer en su vida y tomar su corazón.
Qué demonios, le habría culpado a un desconocido en la calle si hubiera pensado que tenía alguna utilidad.
Pero la verdad era que no había nadie a quien culpar, ni siquiera a sí mismo.

—Estoy tan contenta —murmuró Katniss con la cabeza aún apoyada sobre su regazo.

Peeta también quería estar contento. Deseaba tanto que todo fuera menos complicado, que la felicidad no fuera más que felicidad y nada más. Quería alegrarse de la victoria de Katniss sin ningún pensamiento sobre sus propias preocupaciones. Quería perderse en aquel momento, olvidar el futuro, cogerla en sus brazos y...

El Vizconde LibertinoWhere stories live. Discover now