Capítulo 32

5.4K 552 125
                                    




Emily

El día que por fin me dan el alta en el hospital, inicio la vuelta a casa con una mezcla de cansancio e ilusión que he sentido pocas veces. Desde que mi padre hablara conmigo y, más tarde, con Oliver, los días han sido mucho más llevaderos. Hemos conseguido implantar turnos con la familia y Oli ha dormido conmigo en noches alternas, pero porque yo le he pedido que duerma algunas en casa. Por cómodo que sea un sofá, no es igual que una cama y su trabajo necesita la mayor concentración y descanso posible. Por lo demás, mi cuerpo mejora por días. Puedo caminar, puedo ver perfectamente por los dos ojos y, aunque todavía siento que me arden las costillas con movimientos bruscos o si río intensamente, no es nada en comparación con lo mal que he llegado a sentirme.

La verdad es que ahora solo tengo ganas de volver a recuperar mi normalidad cuanto antes. Los últimos días, en el hospital, me he empeñado en empezar a estudiar. Voy bastante retrasada y, aunque en algunas cosas me han ampliado plazos debido a lo ocurrido, lo cierto es que quiero ponerme al día cuanto antes.

—¿Tienes ganas de estar en casa?

A mi lado, Oliver sonríe y me abraza por los hombros. Me apoyo en su costado y beso su mentón, que es donde llego con más facilidad.

—Tengo ganas de estar en la cama contigo.

Puedo ver perfectamente el modo en que su mirada se torna en algo mucho más íntimo. Lo necesito. Es un pensamiento recurrente desde hace días. Necesito tener intimidad con él o voy a volverme loca. Oli se para, enmarca mi rostro entre sus manos y besa mis labios con suavidad.

—En cuanto se pueda.

—Ahora.

—En cuanto se pueda.

—¿Por qué no ahora?

Oli ríe entre dientes, me hace subir los últimos escalones del jardín y abre la puerta de casa, dando paso a toda mi familia, que espera sonriente y con globos mi llegada.

—¡Bienvenida a casa! —gritan algunos.

—¡Sorpresa! —gritan otros.

—¡Ya era hora! —grita mi hermano Edu, que se ve que piensa ir por libre siempre—. Dos horas aquí esperando.

Me río y entro en el salón, donde todos sujetan globos y otros menesteres de bienvenida tales como champán, patatas y, en el caso de mi madre, un altavoz portátil con música de Abba. ¿El motivo? Ni idea. No soy fan de ese grupo y ella tampoco, pero es Julieta y, a veces, tiene estas cosas a las que es mejor no buscar explicación.

—Siento mucho que mi alta hospitalaria te suponga una cuestión aburrida —le digo a mi hermano pequeño.

—Aburrida no, lo que pasa es que me han obligado a estar con los globos en las manos hasta que has venido. Dos horas, tía, en serio, por esto podría denunciar a alguien.

—El día que me ponga yo a denunciar hijos por desagradecidos me quedo sola —dice mi madre.

—Creo firmemente que no tienes ningún motivo para quejarte de nosotros —responde mi hermana Mérida.

—Uy, guapa, tú mejor te estás calladita.

Me río, abrazo a toda la familia y, cuando llego a mi tío Álex, lo encuentro sonriendo de un modo completamente extraño.

—¿Estás bien?

—Has entrado y salido del hospital sin que yo amenace a nadie. ¿Estás orgullosa de mí?

Suelto una carcajada de la que me arrepiento de inmediato, porque mis costillas todavía necesitan tiempo, pero es que no amenazar a alguien ha supuesto un reto para mi tío y parece un niño esperando su premio.

Tú y yo, aunque arda el mundo Where stories live. Discover now