Prefacio: La mente tiene un límite de resistencia

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El niño bebía licor a tope, la botella de vidrio grueso moldeada de pulgares gordos no pesaba como para que interrumpiera su acto, su peinado salvaje saltaba, porque la carreta se levantaba por las rocas, ya advertida por el galope del caballo que dirigía su trazo de recorrido. La manta tupida no abrigaba lo suficiente, pero la garganta ardiendo gracias a la bebida de adultos, semejaba un calor nivelado. Comenzaba a nevar, pues puntos blancos interrumpían la imagen de las laderas amarillentas por sus tallos espesos. El rebuznar del ruano, el látigo chocando madera, el término de la rodada en crujidos de piedras, y un silbido rasposo —corriente de aire de la estepa— a las mejillas, obligaba al niño a no hablar. Tenía a su lado unos barriles con cintos de acero, y mantelitos brocados y tierra que saltaba cada vez que un golpe llegaba a sus glúteos. Libar no le correspondía a esa edad, solo decidió aceptarlo al secuestrador que le transportaba.

Entonces supo que ya era hora de dejar los juegos, dejar de mostrarse como el inocente y hacerle frente a la realidad: le estaban secuestrando, empero, su confianza descifraba gran parte de su personalidad. El barro a unas pulgadas de su cuerpo, con respecto al suelo, comenzaba a entorpecer al équido, y el señor del embozo gargajeaba impropios. Faltaban unas horas para llegar a un pueblo donde el mercado aceptaba a niños, y tenía una compradora que deseaba un joven hábil. Ya que ella tenía el cuerpo regordete para agacharse a cada momento en la limpieza del hogar.

—Diez años... —comenzó a hablar el jovencito, pero su voz no pertenecía a un pequeño arrancado de los brazos de su madre. El señor de los ojos marrones se pasmó, crispando los hombros al sentir un tipo más alto que él a su atrás—. Tengo diez años, eso me han dicho, pero no recuerdo eso. No, no, no.

—¿Niño? —inquirió el hombre, que prendió un fulgor en sus ojos como para asesinar. Llevó una mano a un bolsillo, y sacó un cuchillo y su funda, con un pasador que amarraba la boquilla. Dejó unos segundos la soga, y desenfundó el arma para girar y matar al chico con un golpe de gancho.

—Me llaman Fránvell: loco, me dicen todos. Caótico y los que me enfrentan terminan con problemas psicológicos. ¿Albur? No... No, no, no. No soy un niño. —Eso ya se suponía, y la revelación solo azuzó a que el hombre no encontrara las palabras para hablar. Un tartamudeo le dibujaría como inexperto en secuestros, y escuchó leyendas de un tipo que podía cambiar de apariencia. Eso solo lo supo por los señores mercachifles y murmuraciones de las señoras que se dedicaban a parlotear en urbes y arrabales. Preguntó sin atreverse a voltear la mirada:

—¿Sois el tipo del que hablan, ese que puede cambiar de aspecto?

El joven detrás ya no parecía un chiquillo con harapos, sino que sus hombros se hicieron gigantes y la tela se rompió poco a poco, con un sonido que describía el caso de su camisa miserable. Era mejor no verlo, porque la transformación también incluía un tronar de huesos. No solo de dedos, sino de la columna vertebral. Cualquiera que lo oiría tendría intuiciones desagradables. El viento arrastraba los ánimos del hombre hasta hace poco, y el instante en que Fránvell se levantó para que su abdomen recibiera unos soplos de frío, hizo que el señor prendiera todas sus alertas. No iba a ser insensato para enfrentarse con un ser que no conocía. No sabía lo que podría emplearía ese "tipo": ¿magia? —En verdad de le conocía como «Males»—.

—Eso de cambiar de aspecto... solo es en cuestión de la edad. ¡Tarám!, puedo convertirme en un bebé llorón y cachetón, y en un anciano cano. Pero la edad en mis arrugas se haría indeterminada —continuó—. Tengo una misión, hombre buitre, y quiero que me obedezcas al pie de la letra. No quiero matar a un gilipollas. ¡Tarám! —Estaba totalmente desnudo, el pantalón se había roto y el viento no le erizaba la piel. Tenía un cuerpo esbelto, mesomorfo y con el cabello largo que se lo amarraba hacia atrás, a un moñito con una liga, dejando unos pelluzgones a ambos pómulos prominentes. Y daba vistazos a algunas manchas que pasaban por el cielo, aves huyendo de la nieve meteórica.

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⏰ Letzte Aktualisierung: Feb 28, 2021 ⏰

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