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E P Í L O G O


Raoul intenta recuperar la respiración sobre la mullida cama de la habitación principal del nuevo ático que acaban de alquilar para una temporada.

—Ahora lo entiendo todo.

Agoney ríe a su lado mientras acaricia el abdomen del rubio, perdido en las sombras que el sol de media tarde proyecta en su piel. Es dorado, todo él es dorado y Agoney no puede sentirse más enamorado.

Cinco son los minutos que necesita Raoul para incorporarse y subirse de nuevo a la cadera del moreno. Atrapa sus muñecas en una de sus manos y las lleva hacia arriba, inclinando su cuerpo para dejar un beso apasionado sobre sus labios, que Agoney frena cerrando con fuerza su boca.

»¿Qué pasa? ¿Qué haces? Abre la boca.

—No empieces algo que no vas a terminar. Primera regla.

—Sí lo voy a terminar. Abre la boca.

—Acabamos de hacerlo, deberías descansar.

—Agoney, somos seres mitológicos que han decidido dejar el fondo del océano para poder tener piernas y poder hacer esto. —Se irguió sobre el cuerpo del tritón moreno y acarició su abdomen, dejando sus cálidas manos sobre la suave piel bajo su ombligo. —Solo lo hemos hecho una vez. Necesito hacerlo más veces. Ahora mismo.

—Podemos hacer muchas cosas, ¿sabes? Tenemos todo el tiempo del mundo. — Con sus manos inutilizables, movió su cadera hacia arriba, provocando un suave gemido en Raoul. —Podrías hasta utilizar tu boca.

—¿Mi boca? —No era normal el sentido de protección que le provocaba el otro chico, aún en la situación más excitante del mundo. —¿Cómo has hecho tú antes? —Bajó su mano de donde la había dejado y acarició el miembro del moreno, que respondió ante el tacto con un jadeo ahogado. —¿Me dirás si lo hago mal?

—Sí... sí ¡Sí! —Agoney se perdió en la sensación, pensando que ojalá le soltase las manos y poder acariciar su suave cabello que le rozaba sutilmente con cada movimiento de su cabeza.

💫💫💫

Un rato después, Agoney salió de la ducha, se vistió con algo de ropa ligera y buscó al otro chico por toda la casa hasta que lo encontró apoyado en la barandilla de la inmensa terraza de su nuevo hogar. Le abrazó por la espalda, provocando un pequeño escalofrío que intentó calmar con un suave beso en la piel de su hombro.

—Deberías ponerte algo de ropa si vas a salir a la terraza.

—Pensaba que te gustaba verme desnudo.

—Y me encanta. —Desvió una de sus manos y rozó la suave y tersa piel de una de sus nalgas. —Ya lo sabes. Pero a nuestros vecinos no sé si les gustará tanto.

Rieron juntos y se quedaron un rato en silencio, mirando hacía el horizonte que se abría ante ellos.

—¿Lo echas de menos? —Es Raoul el primero que pone en palabras lo que ambos estaban pensando.

—Es raro, pero no. No lo echo de menos. Al final, mi recuerdo de vivir en la superficie no se fue y echaba más de menos esto que vivir bajo el agua.

—Ya...

—Cariño, sabes que podemos volver. Cuando quieras, solo tienes que decirlo, nos metemos en el agua y volvemos.

—No es eso. Es solo que...

Agoney le abrazó un poco más, haciendo girar su cuerpo para poder mirar sus ojos dorados y brillantes. Raoul tomó aire y soltó eso que llevaba un par de días pensando.

—Yo tampoco lo echo de menos. Y pensaba que iba a ser más difícil. Te mentí cuando te dije que estaba seguro. Pero ahora me siento mal por no echarlo de menos.

—No pasa nada, Raoul.

—Es solo que... No sé, Ago. Es que siento que nunca voy a echar nada de menos si estoy contigo. Que podemos volver al agua y no echaré de menos la superficie porque tú estarás conmigo.

—Hemos encontrado nuestro hogar, Raoul. Tú eres mi casa y yo soy la tuya.

—¿Y eso está bien?

—Está perfecto, amor, perfecto.

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La leyenda del marWhere stories live. Discover now