Capítulo 4

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—¡ASTRID! 

El grito de mi padre resonó por todos lugares de la pequeña casa de madera, provocando que me diera un tirón en el estómago. 

Retrocedí con miedo. Mis manos temblaban y estaban muy frías a causa del miedo que sentía en ese instante. Los fuertes pasos de él resoban por el pasillo, sabía que se dirigía hacía aquí para hacer de mi lo que a él le diera la gana. 

Sus ojos, inyectados en sangre, miraban con furia hacía mi débil cuerpo. Tenía su traje que usaba para su trabajo. Su traje era un entero de un color azul grisáceo, y a un lado de este, tenía una placa que decía ''Óscar Hofferson''.

Se acercó a mí de una forma brusca para agarrarme del cabello. Gemí por el agudo dolor de mi cuero cabelludo, mientras me arrastraba fuera de mi habitación y me lanzaba contar uno de los muebles.

Sentí como mi costilla rota, me dolía mucho más. Y para mi mala suerte el dolor de mi tobillo no ayudaba en lo absoluto. 

—¡Eres tan inservible! ¡Solo tienes que hacer una maldita cosa!

Las frías botas de sus pies golpearon contra mi estómago incontables veces haciéndome retorcerme del dolor. Y como si aquello no hubiese sido suficiente, volvió a tomar mis cabellos para lanzarme contra la ventana. 

Mis manos temblaban, y mi cuerpo no podía más. 

—¡No te mereces dormir esta noche en esta casa! 

A empujones me pateo hasta llegar a la puerta. Giró la perilla fuertemente y de un portazo la abrió. Sentí mucho miedo cuando sentí sus frías manos levantar mi cuerpo. Cerré los ojos fuertemente esperando otro golpe más. 

Grité fuertemente al caer contar el suelo. Las nubes negras cubrían el cielo y unos pequeños copos de nieve comenzaban a caer desde ellas. A lo lejos se lograban apreciar los rayos que iluminaban las nubes haciendo que brillaran intensamente mientras los estruendosos ruidos de ellos resonaban por toda la ciudad.

—No te golpearé más por que estoy cansado.—Sus ojos me miraban fijamente provocándome un escalofrío.—Pero te quedarás aquí para morirte del frío. 

Dicho esto, se giró y cerró la puerta atrás de él. 

Me levanté, tocando mi cabeza donde dolía. Al menos tenía puesto aquel abrigo que había encontrado en la biblioteca, solo esperaba a que me abrigara lo suficiente como para no sentir demasiado frío. 

Guardé mis manos en formas de puños dentro del bolsillo canguro del oscuro abrigo y comencé a caminar para buscar un lugar donde podía dormir sin morir de hipotermia.

A medida que pasaban los minutos, el viento frío comenzaba a azotar mi rostro, congelándome hasta los huesos. Mi labio inferior temblaba y ya estaba segura que estaba de un color morado. Mi nariz, la notaba roja y helada, mis dedos algo calientes pero aun así el viento traspasaba mi ropa.

El frío cubría el paisaje blanco, mientras la nieve continuaba acumulándose bajo mis pies. Algunos copos me cubrían el rostro o se quedaban atrapados en mi cabello. Mi cuerpo temblaba de una forma increíble, sentía mi respiración más pesada y mi pulso bajo. 

Estaba sentaba bajo un árbol con un tronco grueso, mis rodillas al pecho mientras las abrazaba intentando contener algo de calor.

Intentaba recordar las veces en que mi padre me había dado cariño. Fue antes de que mi madre decidiera irse hace años. Los tres éramos una familia feliz, mi madre siempre me cantaba para poder dormir en las noches. Cuando tenía pesadillas, ella venía conmigo y se acurrucaba a mi lado hasta que yo me dormía en sus cálidos brazos.

Extrañaba aquellos días. 

Unas pisadas se escucharon a lo lejos, pero el viento y la nieve cubrían los sonidos. Yo lograba sentir una presencia cerca del lugar donde estaba, pero mis sentidos se estaban debilitando. Un escalofrío apareció por mi columna vertebral, haciendo que temblara aún más que antes. Aquellos pasos volvieron a aparecer.

— ¿Q-quién es? —mi voz apenas salió un susurró que el viento se llevó. No sabía si quizás me había escuchado o no, pero no quería hacerme esperanzas.

Los pasos se detuvieron. Quizás había sido algún animal, un perro o un gato. Gemí por el frío, mis dientes castañeaban. Me aferré a mi propio cuerpo y escondí mi rostro entre mis extremidades para protegerlo del frío invernal.

—¿Hola?

*

*

*

Continuará. 

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