Veintidós.

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—¿Crees que me amas? —La voz de Aristóteles era ronca, como si hubiera sido él quien hubiera cantado las interminables canciones de cuna, no Temo. Y ya no podía seguir comiendo ese sándwich sobre la encimera que bien podría lanzarle Temo al otro lado de la habitación, no es que esa idea no fuera buena. Pero ambas estaban fuera de lugar.

Temo se burló.

—No tienes que creerme. Y lo entiendo, realmente lo hago. Entiendo que no estés listo para nada ahora mismo. Por eso voy a esperar.

—¿Vas a esperar?—Oh, a Aristóteles no le gustó el sonido de esto—. Escucha. Temo. La simple verdad es que eres demasiado joven, yo soy demasiado viejo y ya he estado en el camino de la relación y el futuro una vez. No voy a pasarlo de nuevo, nunca. Y eso no va a cambiar.

—Tal vez. —Temo se encogió de hombros como si honestamente no le importara de ninguna manera—. Pero independientemente, no voy a darte un beso de despedida, no vamos a darnos una última noche, así tendrás mucha más munición para castigarte.

—Está bien. —Aristóteles realmente no sabía qué hacer con esta declaración. ¿Estaba hambriento de más besos? Absolutamente, pero también sabía que Temo tenía razón. No importaba lo mala que hubiera sido su semana, no podía darse esta noche, no cuando solo significaría lastimar más a Temo—. ¿Pero qué hay de tu situación laboral?

—Escucha. Siento no haberte contado sobre el trabajo. Tenía esta fantasía donde las cosas... No importa. Era estúpida y ridícula.

La garganta de Aristóteles ardía porque a una parte de él le encantaba esa fantasía no dicha, amaba a Temo por tenerla, y quería compartir esa visión; sin embargo sabía que no podía.

—¿Así que no lo tomarás? —graznó, tratando de conciliar un mundo donde Temo no estaría aquí en esta casa, no estaría de guardia para colapsos parentales como esta noche, no estaría en la vida de Aristóteles en absoluto.

—No dije eso. —Temo metió las manos en los bolsillos como si se estuviera conteniendo de tocar a Aristóteles—. Pero si lo tomo, va a ser por mí. Ni por ti. Ni por las niñas. Por mí. Y eso es lo que quiero de ti también.

—¿Qué quieres decir? —Era difícil seguir a Temo cuando el interior de Aristóteles estaba ocupado desmoronándose en cenizas.

—Quiero decir, que quiero que me elijas por mí. No porque soy bueno con las chicas. No porque encaje en tu habitación libre o en tu tiempo libre.  No porque hay un agujero en tu vida y te ayudo a olvidar eso por unas horas, sino por . Quiero que me veas y me elijas, y voy a esperar por eso.

—No lo hagas.—Aristóteles tuvo que forzar la palabra, obligarse a decir las palabras necesarias. Como en una misión. Hazlo. No pienses en la cosa. Hazlo porque es obligatorio y al mundo le importa una mierda lo mucho que te duele hacerlo—. No esperes. No voy a poder darte eso. Ni ahora, ni...

Temo levantó una mano.

—No puedes decidir cuánto tiempo esperaré. Lo siento, pero realmente no lo haces. Y nunca dije que esperaría para siempre. Solo que voy a ser el amigo que debería haber sido contigo todo el tiempo y te daré espacio para que resuelvas tus cosas. Y todavía estaré por aquí, todavía estaré aquí para las chicas y para ti, pero después de que su madre vuelva a instalarse, me quedaré con Yolo. Ambos necesitamos espacio.

Aristóteles asintió porque no podía discutir con jodidamente razonable que Temo estaba siendo, no cuando una parte de él quería que Temo fuera irracional, quería que le rogara y le suplicara que... ¿qué? ¿De qué le serviría eso a cualquiera de los dos? ¿Aristóteles cumpliendo con las formalidades? ¿Una aventura secreta que ya sabían que estaba condenada? No, nada bueno podría salir de otra cosa que no fuera ser razonable y estar de acuerdo con Temo.

atención | aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora