VEINTISÉIS

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Toqué la puerta dos veces y, sin preámbulos, se abrió dejándome ver a la persona que sería mi pañuelo el día de hoy.

—¡Carajo! ¿Qué te pasó?

Sin ánimos de responder solo me acerqué hasta él y rodeé mis brazos por su cuerpo.

—Lamento molestarte, Saint... yo...

—Tranquila —me calmó.

Tomó mis hombros y me separó levemente de él, revisó mi rostro, mis manos y ahuecó mi cabello en un espiral que se deshizo fácilmente.

Me miró una última vez y luego me llevó de la mano hasta el baño. Yo no tenía fuerzas para decir algo sin llorar, no tenía ánimos de seguir llorando, y creo que ya me había quedado sin lágrimas.

—Yo quiero... que...

—Tranquila —me interrumpió nuevamente—. Vamos a limpiar tus heridas primero y...

—Me quiero bañar —interrumpí yo esta vez.

Saint me miró sobre su hombro y asintió.

—De acuerdo, voy a...

—Con agua muy fría.

—Está bien, te traeré una toalla y alguna ropa que sea pequeña —siguiendo el curso de sus palabras, salió y me dejó sola.

Yo me quité el vestido y luego la ropa interior, cuando me quité los tacones me di cuenta de lo entumecido que estaban mis pies, así que, con el dolor calando cada parte de mí, entré al espacioso baño y encendí la ducha.

El agua fría quemó inmediatamente cada lugar de mi cuerpo y luego los relajó, un gemido involuntario salió de mí y me sentí extasiada.

—Black aquí está...

Habló Saint detrás de las puertas de vidrio, pero no lo escuché porque me encontraba en un momento de éxtasis natural, donde tu cuerpo no piensa en nada más que lo que estás sintiendo, tu mente no da lugar a nada más y sonidos involuntarios salen de tus labios.

Era un placer indefinido que había calmado mis dolores musculares, pero no el del corazón, por eso cuando me lavé bien cada parte escencial en ese momento, salí y tomé la toalla que había en una repisa.

Saint ya no estaba en el baño.

Luego de secarme agarré la ropa que me había dejado, una camisa con un estampando de ajedrez y un short que tuve que sujetar fuertemente con las ligas de la cintura. Agarré mis bragas y las lavé en el lavamanos, me daba un poco de vergüenza extenderla a la vista, pero no tuve otra opción que ponerla a secar en el perchero que había al lado del lavamanos; doblé el vestido y oculté el brasier entre la tela.

Salí y seguí el sonido del televisor en la sala.

Saint organizaba algunos productos de primeros auxilios en la mesita central, estaba tan concentrado que no se dió cuenta de mi presencia hasta que me senté a su lado. Estaba muy cansada, demasiado, la suavidad del sofá me adormecía, pero una sensación desagradable de hipervigilancia no me permitía conciliar el sueño.

—Déjame curarte.

Saint no esperó mi respuesta, tomó mis manos y empezó a desinfectar las heridas. Si soy sincera, no sentí nada; si me dolía, no lo sabía, si ardía, no lo sentía, y si tenía algo más que las heridas que podía ver, no lo supe.

Mi mente se desconectó y solo me concentré en respirar, en mantenerme viva, algo que en esos momentos me parecía demasiado, casi imposible.

Sentí las manos de Saint en mis mejillas, las sujetó fuertemente y me hizo fijar la mirada en la suya.

—Todo va a estar bien.

Bien. Todo. Va a estar.

Quería creer sus palabras.

Mis ojos se humedecieron y mis mejillas picaron por las lágrimas calientes que rodaron lentamente.

—Lo primero que pensé cuando vi a Josep fue: se quemó en el sol —mi voz era susurros—. Siempre estuve rodeada de personas de piel blanca, en la escuela, el parque, el trabajo de mamá, en todos lados, pero un día lo vi a él y conocí lo distinto e iguales que podíamos ser todos. Solo tenía nueve años.

»Mamá me preguntó "¿Te agrada?", yo le había dicho que sí, sería mi nuevo papá, estaba más que felíz. Un año después nació Yoce, me pareció que era muy extraña, pero preciosa; no sabía que la felicidad podía convertirse en miseria rápidamente, ni siquiera sé en qué momento pasó todo. De estar sonriendo, pasamos a llorar, de estar abrazándome, pasó a pegarme, de estar besando a mamá, pasó a obligarla a tener sexo, en ese momento no lo entendí, pero crecí y me di cuenta de que todo estaba mal.

»Josep siguió y siguió, la violó una y otra vez, la golpeó, la humilló y la hizo su esclava —mi nariz se había tapado y mi voz sonaba nasal—. Mi madre me pedía que no dijera nada, que la policía resolvería todo y volveríamos a estar bien... la policía nunca llegó y nunca más estuvimos bien. No teníamos a nadie, mamá no tenía familiares cerca y solo estaba la tía de Yoce, un perra que se burlaba de mi madre cada vez que podía.

»Cuando cumplí los dieciocho, Yoce tenía ocho años, y lo ví claramente; Josep entró a la habitación de mi hermana y cerró la puerta con llave, corrí a decirle a mi mamá, yo estaba grande, ya sabía lo que podía pasar. Mamá abrió con otra llave y lo encontró besando a Yoce en sus pequeños senos, como todas las veces lo enfrentó... mi madre no era estúpida, pero no había encontrado manera de librarse de Josep en todos esos años, hasta ese día.

»Ella lo golpeó, él le devolvió el golpe y así comenzó otra guerra. Mientras tanto, yo agarré a mi hermana y la metí a mi cuarto, escuché a mi mamá gritar muy fuerte así que le dije a Yoce que no saliera de allí y agarré lo primero que encontré para defenderme... unas tijeras. Él tenía a mi mamá aprisionada y la golpeaba como si fuese un saco de tierra, no lo sé... yo me acerqué y lo empujé, en ese momento me di cuenta de lo drogado que estaba. Trató de arremeter contra mí, pero yo solo actué.

Saint me miró en silencio, esperando a que terminara, sentí en ese momento que había tomado una buena decisión al venir a él.

—Enterré las tijeras en su ojo y no me detuve —comencé a sollozar cuando recordé lo que pasó luego—. Había sangre por mis brazos, mi camisa, por todos lados. Los vecinos llegaron a ver qué sucedía y avisaron que venía la policía, me asusté tanto que quedé en shock, la policía me llevó y los paramédicos me informaron que mi madre había muerto al igual que Josep. Yoce quedó bajo la tutela de su tía, mientras que yo estaba en la cárcel. Me había convertido en una asesina y además huérfana. Y, en ese momento, no podía entender nada, no podía asimilarlo.

Sin preámbulos, Saint rodeó sus brazos por mi cuerpo y me abrazó.

—Todo va a estar bien, Black —susurró en mi oído—. Duerme un poco, te ves cansada.

—Tengo insomnio desde que Yoce no está.

—Ella seguro está disfrutando —ahí recordé que él no sabía nada más—. Si quieres llámala y habla con ella para que estés más tranquila.

Yo negué.

—Ya la he llamado.

Sentí cómo Saint se levantó sin soltarme y me llevó a rastras hasta una habitación.

Solo me quedé dormida.

Una Mujer Bien Pagada ✔️Where stories live. Discover now