💜 10. 𝓮𝓷 𝓪𝓶𝓸𝓻, 𝓪𝓻𝓽𝓮

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Enamorarte.”
Valentín & Hana.


La palma de su mano rebotó contra mi culo obligándome a pegar un salto en el lugar por estar distraída. Su risa inundó el ambiente de una melodiosa música y en mis ojos entrecerrados se vió el reflejo del fastidio ocasionado por su reciente acción desprevenida, cosa que lo hizo carcajear todavía más fuerte y a propósito.

— Tenías un mosquito. -justificó con una sonrisa angelical que por detrás ocultaba al mismísimo demonio y de mi parte recibió un ligero empujón al no tragarme su excusa.

— Me sorprende tu capacidad para mentirme justo en la cara. -negué pasando por su lado y recogí del suelo una botella de agua de la cual bebí un sorbo directo el pico, siendo seguida tanto por él como por su expresión picarona de pura diversión.

— Relajate un poco, amor. Es solo un fin de semana, cumplime el sueño, dale. -envolvió mi cuerpo por detrás con los dos brazos y debido a la diferencia de estatura tuvo que bajar un poco el mentón al apoyarlo sobre uno de mis hombros.

Permaneció de ese modo durante un momento, apretando suavemente mi anatomía contra su torso y girando la cabeza para capturar entre sus labios carnosos el lóbulo de mi oreja. Su aliento tibio y sabor mentol mezclado con nicotina contrastaba con la brisa veraniega que atentaba en el lugar y en mi opinión no hay nada más lindo que hallar la paz así.

Con suavidad lo sentí succionar y le dejó una mordida chiquita, logrando así salirse con la suya por acudir al camino fácil de meterse con mis debilidades. Y es que no podía decirle que no si lo pedía de ese modo, menos si imploraba colaboración al mismo tiempo que atacaba la zona sensible de mi cuello. Todo un galán llamado Don Soborno.

Con lentitud giré entre sus brazos y al quedar frente a frente noté como la sonrisa tiraba en la esquina de mis labios presentándose al decirle que sí. Que sí a todo; que sí a él, a mí, a nosotros dos sin importar nada más.

— Te va a salir muy caro. -toqué la punta de su nariz con el dedo índice y arqueé la espalda tirándome hacia atrás en cuanto atinó a comerme la boca. Ceder bajo el poder de sus encantos no le aseguraba nada ni tampoco significaba que no fuese a ponérsela difícil.

— Por vos pago el precio que sea. -dijo y bajó sus manos a lo largo de mi columna vertebral hasta descender a donde quería. Con sus manos agarró y luego apretó la carne empujándome en su dirección antes de formar un nuevo beso, y yo sin poder negarle, volví a aceptar su chantaje.

Valentín siempre fue un experto en el mágico arte de aflojar mi mal humor para conventirlo en un estado de ánimo más positivo y llevadero. No tenía problema alguno con lidiar conmigo en mis peores momentos y de alguna u otra forma siempre hallaba el modo de contagiarme su buena vibra natural con tal de evitar que enloqueciera. Era un don, y a pesar de que me queje de ello o de que en ocasiones me haga la dura, sé que tengo mucho por aprender de su manera de ver y enfrentar la vida para dejar de preocuparme tanto por todo.

Era mi dosis diaria de las canciones más lindas que alguien pudo haber escuchado alguna vez, esa que alegra el corazón y te genera un hueco en el pecho al que muchos llaman alegría. Un té de manzanilla en plena mañana de estrés y ojeras negras, una ruta desierta en un viaje de placer cada vez que la rutina nos lo permite y cantar a coro el concierto de Queen en el estadio de Wembley con cerveza fría o un porro en la mano.

Valentín era muchas cosas lindas todas juntas, multiplicadas por un millón y medio más.

Una vez que el momento pasional llegó a su fin, tomé distancia y recogí del suelo mi celular en busca de la aplicación de la cámara, porque si hay algo que me obsesiona casi tanto como el sabor peculiar de su boca, es guardar en una foto los tesoros que comparto a su lado. Ambos tenemos la costumbre de salir y recorrer el mundo, y cuando digo mundo, me refiero a la Ciudad de Buenos Aires.

one shoots; wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora