Prólogo

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Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras escuchaba detrás de la puerta de la habitación de sus padres

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Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras escuchaba detrás de la puerta de la habitación de sus padres. No peleaban, nunca lo hacían. No discutían, sino que decidían. Decidían que hacer con ella, pues el vivir alejados del pueblo ya no era suficiente para que la gente no se diera cuenta de ella.

— Mi madre me contó de un grupo de personas, mujeres, que cuidan de niños diferentes, que los educan y les enseñan a controlarse. — habló su padre con voz dolorida y cansada.

— Quién sabe que tipo de personas sean, no pondré a mi hija al cuidado de quién sabe quién, no. Habrá alguna manera, nos mudaremos, ella dejará de hacer sus cristales y todo estará bien. — replicó su madre, por su voz era fácil deducir que estaba llorando.

— No sabemos que efecto tendrá en ella reprimirse y no tenemos dinero para mudarnos, amor es la única manera.

— No. — sollozó su madre.

— No está a discusión, encontraré la manera de contactarlas y Arantza se irá con ellas— la señora Sallow volvió a sollozar— Te aseguro que si me doy cuenta de que no son aptas para cuidarla, lo venderé todo y nos iremos.

Un fuerte sollozó salió de los labios de Arantza, lo suficientemente fuerte para delatar su presencia, ella huyó a su habitación tan pronto como pudo.

Pasaron varias semanas y nadie habló nada acerca de tal conversación, Arantza llegó a pensar que simplemente había sido una pesadilla muy realista, por lo que dejó de preocuparse.

Un día mientras volvía de dar un paseo por el bosque y jugar con sus muñecas se dio cuenta de que tenían visitas.

— Hija— le dijo su padre— saluda a la Señorita Avocet y a su pupila Agatha— señaló a dos mujeres, una anciana de expresión amable y una joven de mirada grisácea.

— Un gusto— saludó la niña haciendo una reverencia.

— Que adorable niñita— dijo la señorita Avocet.

— Sin duda se llevará bien con los niños de Peregrine— agrego la joven a su lado.

— Bueno, nosotras nos retiramos— dijo la señorita Avocet poniéndose de pie antes que su pupila—. Nos veremos en un par de días, con la señorita Peregrine estaremos encantadas de ayudarlos, con permiso.

— Nos vemos después.— dijo Agatha con tono irónico, lo cual causo una reacción incómoda en los padres de Arantza.

— ¿Quién era ella?— cuestionó la niña a su padre.

— Arantza, saber que no eres como los demás niños— comenzó a explicar su padre mientras caminaban hacia la habitación de la niña.

[•••]

— Ya viene— se susurró Arantza, sentada en el umbral de la puerta, mirando fijamente a alguien lugar frente a ella—. Ya viene.

En ese momento dos mujeres aparecieron, una joven y esbelta, mientras que la otra ya era vieja y robusta. Ambas mujeres apresuraron el paso al ver el estado de la niña.

— Llegó. — susurró Arantza.

— Mi niña, ¿te encuentras bien? — preguntó la mujer que acompañaba a Avocet. Arantza no respondió— Soy la señorita Alma Peregrine, ¿dónde están tus padres?

— En mi cuarto. — respondió la niña. Avocet le hizo una señal a Peregrine para que entrara a buscarlos mientras ella atendía las heridas de Arantza.

Las tres entraron a la casa, Peregrine se aventuró para buscar a los padres mientras que Avocet tomo un trapo de la cocina, lo mojó y comenzó a limpiar la sangre seca que cubría el angelical rostro de la pequeña Sallow.

La casa era pequeña, de apenas dos habitaciones, un baño y una sala comedor cocina, contaba con un pequeño huerto en la parte trasera, por lo que no era fácil perderse de vista, el primer cuarto era el de los padres, pero ellos no estaban ahí, por lo que sólo quedaba el último cuarto, el de la pequeña. Peregrine soltó un grito ahogado al ver tal escena. No había rincón de la habitación que no estuviera cubierto de sangre o trozos de cristal, la única ventana estaba rota, la cama estaba rasgada y el señor y la señora Sallow yacían en el suelo rodeados de un charco de sangre, con expresión intranquila y lágrimas en los ojos.

— Señorita Avocet... — Avocet la interrumpió.

— Llevaremos a la niña a casa, la curaremos y Agatha quitará los recuerdos de sus padres, luego se irá contigo.

— Si, señorita Avocet. — acató Peregrine, durmió a la pequeña y la cargo un brazos.

[•••]

En el hogar de la señorita Avocet se hizo lo ordenado. La niña fue curada, limpiada, cambiada y alimentada, hubo que esperar a que la señorita Agatha se encontrará en condición de archivar en la memoria de la niña todo recuerdo sobre su vida antes de conocer a Alma.

Tras unos días Peregrine y la pequeña Sallow partieron hacia Cairnholm, dónde se encontraba el recién edificado hogar de Miss Peregrine, lugar donde ya la esperaban 4 niños peculiares.

Arantza fue recibida con una calurosa de parte de los niños, Enoch, Emma, Victor y su pequeña hermana Bronwyn.

Fue fácil adaptarse a las normas, las tareas, los horarios y las obligaciones establecidas por Miss Peregrine. El hubiera otros tres niños de su misma edad (10 años) facilito muchísimo su adaptación y convivencia. Aveces despertaba gritando, pues soñaba con cientos de cristales atravesado su cuerpo, pero Emma siempre estaba con ella para consolarla.

Victor pronto se acercó a ella, con una pequeña flor blanca, de hecho, y la promesa de cuidarla siempre. Bronwyn la veía como su hermana mayor, jugando a las muñecas, el té o simplemente correr por el inmenso patio. En cuanto a Enoch, él siempre se quedaba en las sombras, apartado y misterioso, observando desde lejos y mandando a sus soldados de arcilla a vigilarla de vez en cuando.

 En cuanto a Enoch, él siempre se quedaba en las sombras, apartado y misterioso, observando desde lejos y mandando a sus soldados de arcilla a vigilarla de vez en cuando

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Crystals (Enoch O'Connor)Where stories live. Discover now