Corazón 1: Betty

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"And when I felt like I was an old cardigan, under someone's bed, 

you put me on and said I was your favorite" 

~Cardigan, by Taylor Swift

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Adoquines. Si los contaba, era mucho más fácil perder el tiempo, perder el hilo del pensamiento, perderse a sí misma. Por eso, ya había contado cincuenta adoquines negros. Betty estaba deseando perderse y, de ser posible, al mundo en sí.

Y a Inez; Inez a su lado que había adquirido un gusto particular por hablar y hablar y hablar. Betty empezaba a creer que sería capaz de volver loco a un sordo. No se callaba y complicaba tanto la tarea de contar los adoquines bajo sus pies como la de desconectarse. Al menos, la lluvia y los charcos le daban una excusa para no levantar la vista. Ya era dolorosa su voz, pero si tuviera que verla a la cara, probablemente se hubiese largado a llorar.

Daba igual. De todas formas, Betty nunca le diría a Inez que se callara. Nunca le diría que no quería volver a verla. Nunca le diría que se estaba muriendo de ganas de soltar el paraguas y gritar en medio de las calles abandonadas de Brooklyn. Betty no diría nada jamás, porque era una convencida de que era más que suficiente que una de las dos se sintiera como si tuviera siete kilos de plomo atados a cada pie.

Cosa que no quitaba que la chispa de su compañera la estuviera enloqueciendo, ni que estuviera a duras penas manteniéndose de pie.

Le quedaban dos cuadras para llegar a su casa. Si sobrevivía a eso, podría sacarse el estúpido cárdigan que a James tanto le gustaba. Podía sacárselo y meterlo en una bolsa de basura junto a las fotos de su mesa de luz, las que tenía bordeando su espejo y las decenas de regalos de aniversarios que guardaba bajo la cama. Pero debía llegar a casa y para eso debía no llorar delante de Inez.

No lo había hecho antes, no lo haría ahora ni nunca.

Pero era una tarea desgarradora cuando la chica a su lado destellaba felicidad por cada uno de sus poros. Ese era el principal motivo por el que Inez no era amiga de nadie y nadie era amigo de Inez, pero también el motivo por el cual nunca la encontrarías sola. Le gustaban los chismes – tanto obtenerlos como divulgarlos – pero Betty siempre había sospechado que, sobre todo aquello, le gustaba la idea de tener razón.

Por eso los chismes de Inez eran buscados: al final del día, dejaban de ser chisme y se probaban verdad.

James solía decir que no era así, que a Inez le gustaba inventarse cosas que parecían verdad para parecer interesante, para que la gente tuviera un motivo por el cual acercársele – dado que su personalidad no entraba en esos motivos – y Betty, ahora, empezaba a creer que tal vez James lo había estado diciendo para cubrirse las espadas en caso de que algo así sucediera.

Pero no podía ser así. Le había jurado que no le haría daño, que no era ese tipo de chico. Se lo había prometido. Él nunca hubiese planeado algo tan mórbido y calculador. Nunca. Inez tenía que estar mintiendo.

Eso se dijo una y otra vez. Eran mentiras. Mentiras, mentiras, mentiras. Muchas mentiras bien mentidas y con sabor a verdad. Mentiras que se apoyaban en hechos que coincidían con la realidad, mentiras que casualmente coincidían con cosas que solamente Betty y James sabían y que Inez seguramente había adivinado por pura casualidad.

Se alegró de perder la cuenta de los adoquines justo al llegar a su puerta. Contuvo un suspiro, temerosa de que su falsa fortaleza la traicionara convirtiéndose en un lloriqueo, y solo entonces enfrentó a Inez.

BettyWhere stories live. Discover now