Parte 16

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Día de la boda

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Día de la boda





















Aquel día, era una hermosa mañana, solo podía pensar en ello, solo quería pensar en ello, en que los rayos del sol entraban por esa enorme ventana de vidrio y golpeaban sobre el piso de madera, quería poder recostarme sobre que pequeño rayo de sol por el resto de mi vida.
Pero no sería en esta vida.

Dos mujeres cuyo nombre no sabía, me maquillaban y arreglaban mi cabello para que este se viera perfecto, ahora que estaba extremadamente corto, mi madre había dicho que “cortarme el cabello había sido la peor decisión de mi vida” después de huir, por supuesto.

—Que día más hermoso... —susurro.

Pero las dos mujeres no se inmutan, casi parecían dos robots, solo me peinaban y me maquillaban, no hablaban, no me observaban realmente, solo se dedicaban a lo suyo. Y entonces, mientras una de las mujeres pasaba su suave mano por mi rostro y la otra acariciaba y peinaba mis cabellos rizados con delicadeza, una sonrisa se formó levemente en mi rostro; recordando a ese chico pelirrojo con tatuajes y con rostro malhumorado, ese al que no veía desde hacía un mes, ese chico cuyo rostro ahora parecía haber sido un sueño, o un producto más de mi imaginación, pero sabía que era real, porque lo había visto hacia seis días en la televisión, anunciando su primer concierto en solitario. Sabía que ese chico era real, porque me había quebrado en corazón en tantas partes como era posible.

—Está lista —habló una de las mujeres. Quitando sus manos de mi rostro.

—Se ve preciosa —habló la otra, colocando el último mechón de cabello en su lugar.

Yo fijo mi vista en el espejo que esta frente a mí y observo a la persona que se refleja en el. Está sentada, con una bata blanca de la más fina de seda, con un rostro cubierto de un precioso maquillaje, pero con una expresión de total miseria.

—Sonría un poco, señorita —habló una de las mujeres— ¡hoy es su gran día! —dice con entusiasmo y la otra sonríe también.

Pero lo único que quiero hacer, es llorar, llorar y salir corriendo por esa puerta para nunca más regresar.
En eso, mi madre, quien está vestida de un rosa pálido, entra por la puerta de marfil, y se queda mirándome, impactada, como si no me reconociera, se lleva la mano al corazón y sus ojos se cristalizan.
Yo me levanto de la silla, con el rostro totalmente serio.

—¡Oh, Mérida... Luces tan hermosa! —me toma de ambos brazos.

—No quiero hacer esto, mamá —le susurro.

Ella traga saliva.

—No tienes otra opción. No tenemos otra opción.

Ya no había vuelta atrás.




Dos locos en carreteraWhere stories live. Discover now