Parte 10

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Dante ejerció un poco de presión en su nuca. Una vez más, a ella le sobrevino esa sensación instantánea de seguridad y de alivio intenso.

—Kara, estás en mis manos —le recordó en un tono encantador que la tranquilizaba como si fuera bálsamo en la piel—. Estarás bien. Estarás increíble.

Con la otra mano le acarició el vientre y ella sintió una oleada de placer en el sexo, como si esa parte tuviera pulso propio. Miró el banco, que se le antojaba aterrador e increíblemente atrayente a la vez.

Quería que Dante estuviera orgulloso de ella. Quería sentirse orgullosa de ella misma también.

—Dante… No quiero que el miedo se interponga. Quiero hacerlo. Tengo muchas ganas. Solo necesito… respirar un momento.

—De acuerdo. Entonces, inspira hondo otra vez. Así, muy bien.

Se inclinó y le dio un beso en la mejilla. Cuando ella giró la cabeza para mirarle, él le cogió la barbilla y la besó en los labios.

La invadió el calor con el sabor a él y la sedosa textura de su boca. Cuando le introdujo la lengua, el calor y el anhelo empezaron a correrle por las venas.

«Ah, sí. Quiero hacerlo…»

Él se apartó un poco para susurrarle a los labios:

—Eres preciosa. Esto irá muy bien. Me encargaré de que te guste, Kara.

Ella asintió y la mayor parte del miedo se esfumó cuando el deseo se apoderó de ella.

—¿Estás preparada? —preguntó.

—Sí. Sí.

—Todo irá bien. Haz lo que te diga. Entrégate a mí.

Ella volvió a asentir, relajó los hombros y le siguió.

El banco de azotes era como un caballete de madera, salvo que tenía dos niveles y estaba tapizado de cuero rojo. La parte superior era una columna estrecha, larga y acolchada con reposabrazos a cada lado. La sección inferior eran unos salientes estrechos a cada lado para apoyar las rodillas y los codos. Por doquier había cáncamos para poder atarla con esposas o cuerdas. O cadenas.

Se estremeció.

—Súbete, preciosa. Yo te ayudo.

Dante le sujetó una mano y apoyó la otra en su cintura. Y aunque una parte de ella no creyera que lo estuviera haciendo de verdad, se subió al banco y se tendió sobre el nivel superior, afianzándose con los codos en los apoyabrazos antes de subir las rodillas a las repisas inferiores.

Al instante reparó en que, en esa posición, su trasero desnudo estaba en pompa. Tenía el monte de Venus apoyado en el suave cuero e inmediatamente le entraron ganas de empujar un poco hacia abajo para aliviar las ganas. Sin embargo, sabía que no debía hacer nada a menos que Dante se lo pidiera. Ella solo quería hacer lo que le ordenara.

Dante se le acercó.

—Como es tu primera vez, no te ataré, pero no debes moverte si no te lo pido. ¿Lo entiendes?

—Sí, lo entiendo.

Entonces notó sus manos acariciándole la espalda desnuda, los hombros y luego columna abajo, hacia ese punto tan sensible en la parte baja de su espalda. Cerró los ojos. Era consciente de su roce, de sus caricias y del ritmo que marcaba con las palmas de las manos, acompasado con la música que sonaba de fondo. Le pareció una eternidad. Mientras, se notaba el sexo cada vez más caliente y mojado.

Quería que la azotara. Quería pedírselo pero se quedó callada, disfrutando del ardiente deseo que la recorría entera y encendía todas sus terminaciones nerviosas.

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