12. Mentir Para Vivir.

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- Sabes muy bien porque estoy aquí.

Paulina cruzó sus piernas, la falda de su vestido se subió un poco, esa mirada fría puesta sobre su rostro, sus brazos apoyados a cada lado de la silla.

Estaba metido en un gran problema, de nada le servían los millones de dólares en sus bolsillos.

- Paulina... Tú mejor que nadie sabes que no puedo hacerlo... - Miró a la mujer, la empatía se leía en sus ojos, sin embargo sabía que no tenía otra opción.

- El tiempo se acaba, solo soy un recordatorio, tic tac tic tac Emilio... - Movió su dedo índice de un lado a otro.

Entonces la puerta se abrió, ambos pares de ojos le vieron, toda su voluntad estuvo en no desviar la mirada, debía mantenerse firme, inescrutable ante cualquier acción así se esté quemando.

- Solo venía a ver cómo manejas el negocio de tu padre, eres idéntico a él, nos vemos.

Paulina se levantó, colgando su bolso en su antebrazo, una pequeña sonrisa y un saludo cordial a Joaquín antes de salir, un ambiente incómodo llegó a la oficina, solo el sonido de la puerta cerrándose, pasos inseguros sobre el azulejo, hasta que estuvieron frente a frente, la expresión confundida de su cariñito le dibujó una sonrisa tierna en el rostro, lucía cómo un gatito.

La culpa, ese sentimiento escabroso llegó a su corazón, una persona como Joaquín no merece pagar por los errores de terceras personas, sabe que debe hacerlo, entregarlo y dejarlo a su suerte, sin embargo, le cuesta un mundo hacerlo, entregar la liebre a la manada de leones, que ese bastardo lo utilice para quién sabe que cosas, no después de todo lo que han vivido, no cuando ya aceptó que lo ama de manera incondicional, que adora ver esos ojitos brillando, la sonrisita soñadora y los besos castos.

No después de hacerle el amor dos veces.

- Joaquín, ven aquí - Echó hacia atrás su cuerpo en la silla, dejando total acceso a su pastelito de sentarse en su regazo.

Joaquín fue hasta el señor Emilio, ambas piernas a los costados correspondientes, sus brazos abrazando el cuello, esa colonia amaderada llenando sus narices y provocando reacciones tan conocidas en su cuerpo, sabía que algo pasaba, la mirada de Emilio dejaba entrever la preocupación y él solo quiere hacerle olvidar de sus problemas por un momento.

Sin intercambiar palabras y con bastante decisión en sus acciones, cortó la distancia y unió sus labios en un beso tranquilo, sabor a menta de un lado y frambuesa del otro, las manos de su Daddy apretaron su cintura y pronto empezó a sentir dureza en su entrepierna, sus labios se movían con un poco más de fuerza, las manos se escabullen entre sus cuerpos, tocando puntos delirantes, jadeos atrapados entre sus bocas.

Cuando se separaron y sus miradas se encontraron, Emilio supo lo que debía hacer, esconder a Joaquín, mantenerle en un lugar seguro el tiempo suficiente para poder librarlo de toda la mierda en la que estaba por hundirlo.

- ¿Qué pasa? - Esa voz, tan melosa que le regresa toda la felicidad al alma.

- Nada, solo pienso en lo mucho que deseo que estemos juntos - Sus manos cubrieron el rostro de Joaquín, sus pulgares acariciando las mejillas, un ángel frente suyo, su ángel.

Dos toques en la puerta les hizo separarse, su cariñito bajó de su regazo y arregló sus prendas para después regresar a su lugar en la silla frente a él.

Ernesto entró, se mostró confundido de ver a su hijo junto a su socio, Joaquín no solía mostrar interés en el negocio, claro que tenía en cuenta que un día tendría que hacerse cargo, por algo decidió que Alan se uniera al pastel, alguien que conoce todos los aspectos de su hijo y le puede ayudar a desenvolverse.

Pequeño Motel | EmiliacoWhere stories live. Discover now