Capítulo 18

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El reinicio

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El reinicio.

Un par de días después, Montserrat tenía la foto de su cumpleaños en sus manos. Nicolas no había salido realmente feo y en sí, la foto gritaba felicidad y esperanza para cualquiera que la mirase. En esa imagen había unidad, amistad, amor y una superación personal notable en su mirada que meses atrás Montserrat habría creído imposible.

Rebuscó en sus cajones hasta dar con un portaretrato dorado que antaño había resguardado una fotografía de ella y su ex pareja en una playa; había guardado el marco pensando que algún día un recuerdo más cálido lo llenaría y la foto que tenía en sus manos era el mejor ocupante de ese espacio. Acomodó la foto en el portaretrato y buscó en su mesita de noche un espacio para ponerlo; calzó perfectamente en el vacío del lado derecho.

Montserrat se alejó un poco para mirar la nueva decoración y sonrío con el alma en la mano. Recordó que meses atrás había mirado exactamente la misma habitación, con las mismas cosas y el mismo espacio, y había sentido que no encajaba, que no era su lugar, que estaba en un cuarto ajeno. Todo eso había cambiado.

Le gustó el pensamiento; se vio a sí misma, a su cama, a su armario, a su mesita de noche y a sus paredes junto con su pequeña ventana y se dio cuenta de que ahora sí era parte de ese lugar, de que ahora sí lo llenaba. En el pasado no era el lugar el que estaba vacío, sino ella que por dentro estaba destrozada. Era fascinante cómo unos meses y las personas correctas habían obrado tal avance en ella.

En el hueco de su corazón roto ahora había una raíz de estabilidad que florecía; en el dolor de su alma ahora había calidez; en su mente llena de culpa ahora solo había amor propio y la certeza de que nadie nunca le quitaría eso. En su vida, entonces vacía y sin rumbo, ahora había muchas razones para respirar: tenía un trabajo, tenía el amor de Chocolate, tenía la tranquilidad de despertar cada día y saberse dueña de sí misma, pero más importante aún, no estaba sola: tenía amigos verdaderos, lealtad, amor y confianza mutuos.

No todos los días eran buenos, algunos le traían al cuerpo el dolor pasado pero ahora se sentía solo como una resaca de los errores cometidos. A veces los días eran grises y los pensamientos tristes, pero por fortuna, esos días eran minoría y no lograban controlarla porque nunca debía afrontarlos sola.

Montserrat cambió.

La mujer llena de miedo que empezó a trabajar por primera vez en su vida, la que no encontraba un rumbo sin un hombre a su lado, la que lloraba por una infidelidad, la que gritó desesperada por los acontecimientos de su vida y la que se aterró de la idea de vivir por sí misma, había desaparecido y dado paso a una mujer nueva.

Había aprendido a hablar con la cabeza en alto, a decir sus opiniones con la certeza de que tenían validez, a valorarse como persona, mujer y ser humano. Había aprendido a llorar sin sentirse mal después y a reír sin preocuparse por la delicadeza; a pensar primero en su bienestar y a tomar sin miedo ni arrepentimiento lo bueno que la vida le ofreciera.

Montse tenía pequeños fracasos cada día, pero también triunfos que eran más pesados y que podían equilibrar todo su ser. Descubrió que la vida no podía ser perfecta ni feliz el cien por ciento del tiempo y que eso estaba bien, que era su derecho como persona tener días buenos y días malos.

Montserrat tomó las riendas de su camino, de sus errores y sus aciertos, remendó ella misma los pedazos de su corazón, lamió sus propias heridas con el apoyo incondicional de personas maravillosas y donde pensó que quedarían marcas que le recordasen la ruptura, solo había amor propio y valentía adquiridos.

Supo entonces que entre dichas y desdichas era posible salir adelante. Nadie la detendría porque la fuerza que recolectó en su tiempo de sanación era inquebrantable.

Montserrat era feliz.

Y nunca, jamás, ninguna persona le diría que no podía serlo.

FIN

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Las (des)dichas de Montse •TERMINADA•Where stories live. Discover now