Capítulo 3-La rueda empieza a girar

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Un vestido con escote de barco y una rosa de rubíes en mitad del pecho hicieron de Tassia la mujer más bella de la velada

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Un vestido con escote de barco y una rosa de rubíes en mitad del pecho hicieron de Tassia la mujer más bella de la velada. Las flores dispuestas sobre su pelo a modo de horquillas blancas y los brillantes de su vestido de tafetán burdeos acentuaban su encanto natural, convirtiéndola en la princesa de un cuento infantil. 

—Ruego que disculpe mi comportamiento de esta tarde —le susurró el príncipe Carlos después de la cena, con una copa en la mano y un brazo detrás de la espalda erguida. 

Estaban de pie en mitad del Salón Dorado mientras una famosa cantante de ópera entonaba notas altas y las velas alumbraban las molduras de oro de las ventanas y los espejos. 

—Yo también le debo una disculpa —contestó Tassia para contentar a su tía, que estaba a escasos pasos de ellos escuchando la conversación. 

Pero en realidad, no lo sentía en absoluto. Quizás sus modales no fueron correctos, pero no se arrepentía de haber dejado solo al hijo del Rey de Wurtemberg. Notaba a aquel joven demasiado insistente y empalagoso, más de lo que solían ser otros pretendientes. Era evidente que Carlos se había propuesto ser su esposo, conseguir un compromiso a cualquier precio. Y no cesaba en su empeño por hostigarla. Después de que Konstantin lo convenciera esa misma tarde de que lo ocurrido no fue más que un juego de niños y de que el mismismo Rey Guillermo le reprendiera por ser tan intransigente, Ser Carlos había mudado por completo el semblante como si jamás se hubiera enfadado. ¿Cómo era capaz de cambiar el semblante tan rápidamente? Había algo en él que le disgustaba profundamente. 

—Queda disculpada, no se preocupe —Sonrió Ser Carlos, mostrando su dentadura blanca. —Dicen que «casarás y amansarás», ¿no es así? Es usted muy joven y se le permiten ciertas licencias. Aunque, a decir verdad, a su edad su tía ya era la Emperatriz de todas las Rusias. 

—Y a sus más de cuarenta años sigue soltera —replicó Tassia, sintiendo como la quemazón empezaba a borbotearle desde el estomago hasta la garganta—. Y no ha amansado, sigue siendo una Románova con todas sus implicaciones —La Emperatriz giró la cara hacia ella ligeramente y la miró con advertencia. —¿Le gusta la ópera? —cambió el tema, sosteniendo el aire en los pulmones para no dejar plantado a Carlos nuevamente. 

—¿Qué príncipe sería si no me gustara la ópera? Está mal visto decir lo contrario, ¿no es así? 

—A mí me aburre soberanamente —se oyó a Mijaíl en sus espaldas con un cigarrillo en los labios y actitud canalla. 

—¿Y a ti Konstantin? —preguntó el príncipe Carlos, que había trazado cierta amistad con el protegido de la Emperatriz. 

—Admiro el modo en el que los cantantes son capaces de transmitir tantos sentimientos solo con su voz, y lo digo de corazón —Se llevó la mano sobre el pecho izquierdo. —No solo por quedar bien. 

—Cuesta encontrar a personas tan humildes y sinceras hoy en día. 

—Corroboro esas palabras —dijo Mijaíl, mirándolo con desconfianza. 

El destino de la emperatriz. Dinastía Románov III.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant