|El Rastreador Errante|

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"Las mentes creativas son conocidas por ser capaces de sobrevivir a cualquier clase de mal entrenamiento"

—A. Freud

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Un año antes...

–¡Okumura!¡¿dónde estás?!–, grito una de las encargadas del parvulario. Caminaba en el patio con la cara descompuesta en irritación entremezclada de preocupación. Una mujer de mediana edad, llegando apenas a los treinta, cabello castaño oscuro enredado en una coleta alta, su uniforme constaba de un vestido largo gris oscuro cuello de tortuga, un delantal blanco y zapatos bajos. Casi sacando humo de las orejas peinó toda el área del jardín, los pasillos y aulas buscando al travieso infante que a sus ojos era un diablillo.

Después de explorar unas cinco veces el mismo lugar se decidió por pararse furiosa en medio del amplio patio de juegos, tomo un largo respiro preparándose para soltar un grito que llegara decenas de metros a la redonda.

–¡Riiiiiiiiiiiiiiiiin!

A parte de los niños asomándose curiosos por las ventanas y algunas señoras que pasaban por las calles cuchilleando entre sí, no hubo ni rastro del niño al cual buscaba.

–Mika-san, ¿qué haces?

La mujer se sobresalto ante el inesperado llamado de la anciana Yoko. Toneladas de respeto tenía hacia la mayor, pues más de cuatro décadas llevaba trabajando en el parvulario y había tenido paciencia infinita con los infantes revoltosos como lo era Rin.

–¡Yoko-san! Estoy buscando al Okumura mayor, ¿lo has visto de casualidad? No lo encuentro por ninguna parte.

A pesar que el pequeño Yukio casi no iba a la guarderia, casi a todas las pilmamas les había encantado el comportamiento tímido del castaño, sobretodo con ese par de lunares que adornaban su rostro abultado de mofletes. Por eso mismo habían optado por referirse a Rin como Okumura mayor y a su hermanito, Okumura menor.

–¿Oh? Rin estaba en los columpios hace nada. Bueno, Mitsuki, Aoyama y Taiju tampoco están. Algo han de estar haciendo, solo nos queda esperar a que les dé la gana aparecer.

–Pero falta una hora para que sus padres lleguen.

A las cinco. Siempre se presentaba el padre Fujimoto a las cinco de la tarde, ya sea lluvia, tormenta eléctrica, ventisca invernal o con un día soleado capaz de derretirle el cerebro a cualquiera. Y pobre de la nana que estuviera a cargo de Rin sí el pequeño estaba ausente para cuando llegara.

–No te preocupes por él. Iré a buscarlo al parque cercano. Quedate aquí y cuida de los demás que no tardo nada.

–Como usted diga.

Dicho esto, la muchacha ingresó a las instalaciones con una sonrisa avergonzada pintada en el rostro. La anciana sonrió dulcemente, mientras caminaba por la acera dispuesta a traer al travieso Rin Okumura consigo.

Mientras tanto...

–¿Por qué no tienes mamá?¿Te abandonó?–, una voz de niña llego a sus oídos. Apretó los puños en impotencia a la vez que los tres niños estrechaban el círculo en el que lo habían rodeado.

Linaje AzulWhere stories live. Discover now