Capítulo 19. Sinceros

2.7K 154 3
                                    

Las siguientes semanas fueron peor aún que las que dejaba atrás, necesitaba una nota muy alta para entrar en la carrera que quería, pero valió la pena cada caricia perdida cuando me vi volando en primera al sudeste asiático. Por supuesto, al poco de despegar, invité a Samuel a ir al baño.

Aunque me costó todo un día reponerme del viaje, me desperté en una cabaña en mitad de arenas doradas y frente a aguas turquesas, y aquello me pareció el paraíso. Sensación que solo aumentó cuando Samuel me rodeó con sus brazos y me dio un beso, y que yo misma alimenté al tirar de él hacia el mar.

Estábamos solos en aquella calita, pero el edificio central del hotel no se hallaba muy lejos, y esa noche fuimos a cenar a uno de sus restaurantes. Tenía unas pequeñas terrazas, cada una para una mesa, construidas en madera y con vistas a un inmenso y tupido bosque. Y como no había más luz que las de unas pocas velas, podían verse todas las estrellas.

Había un delicioso servicio de masajes, que nos inspiró para hacer nuestra propia versión. Y eso nos llevó a jugar a que éramos dos náufragos, y a que él era de alguna tribu perdida, y a que yo era una sirena. Y entre juegos, dábamos largos paseos, nadábamos, admirábamos el cielo o hablábamos sin parar.

Si de algo me sirvió aquel idilio, además de para celebrar que había conseguido cruzar mi meta académica del año, fue para reparar en mi fortuna. Encajábamos tan perfectamente que más que amantes, Samuel y yo parecíamos amigos muy íntimos. Me quedó más que claro que él era la persona con la que quería compartir toda mi vida, con la que me sentiría siempre acompañada.

Por eso, al regresar a casa, me dolió tener que volver a escondernos. Tanto, que me escudé en el cansancio del viaje para poder estar a solas en mi cuarto, y me hice la dormida cuando él llamó a la puerta y entró para dejar en mi escritorio una bandeja con comida. Pero cuando ya se iba, necesité pedirle un abrazo.

―¿Qué ocurre? ―susurró.

―Quiero seguir allí.

―Iremos el año que viene. ¿No tienes hambre?

―Un poco.

Me acercó la bandeja y se sentó a mi lado. Me tentaba la idea de pedirle también revelar nuestra relación, pero mi momento de bajón no merecía correr un mínimo riesgo de que mi tía o cualquier otra persona les pudiera traer algún problema a él o a mi hermano. Con el paso de los días, recuperar mi rutina sería más que suficiente para mí.

No tardé en comprobarlo, y así disfruté de todo un mes antes de empezar con la mudanza. Dos camiones y una semana después, estuvimos instalados los tres en los dos pisos que serían mi hogar durante los próximos cuatro años, al menos. Ya mientras montaba mi habitación me asaltó la certeza de que no pasaría allí la mayor parte del tiempo, y Samuel me confirmó que él pensaba lo mismo, y me dijo que si todo iba bien, no tardaría en ser algo oficial.

Entonces, llegó por fin el momento de ser sinceros. Samuel y yo preparamos una merienda a base de zumo y sándwiches e invitamos a mis amigas y a Manuel. Estaba tan nerviosa que ni siquiera mi hombre pudo relajarme. Sentados todos en el nuevo salón, con su mano entre las mías, respiré hondo y lo solté sin más, sin mirarles. La estancia se sumió en un silencio que me apretó el pecho.

―¿Podemos vivir juntos? ―preguntó Alejandro.

Las lágrimas se me saltaron y se me escapó una risa.

―Creo que no es ninguna noticia ―dijo Carmen.

María la apoyó y Manuel nos dio la enhorabuena. Samuel me rodeó con un brazo y me dio un beso en la cabeza, y cuando Alejandro se acercó para reclamar su respuesta, le abrazó a él también.

―Vamos a esperar un tiempo ―dijo―. Para que la gente se acostumbre.

―¿Por qué tiene que hacerlo?

―Bueno, he sido su tío y como su padre, y no a todos les gusta eso.

―¿Por qué?

Me pareció que Samuel no sabía cómo contestar y decidí intervenir:

―Algunas personas se meten donde no las llaman. Lo que para nosotros está bien, para ellas está mal y sienten la necesidad de decírtelo, incluso de intentar hacerte daño de alguna manera. ¿Y no quieres eso, no?

Negó con la cabeza varias veces.

―Si vivimos por separado, será más fácil.

―¿Cuánto tiempo?

Le acaricié el cabello y la cara mientras le sonreía, y luego miré a Samuel.

―Iremos viendo ―dijo mi hombre―, pero no será mucho.

―Estaré muy cerca ―le recordé a mi hermano.

―¿Y podemos comer juntos?

―Claro que sí ―contestó Samuel.

Regresé a mi piso con mis amigos y con la intención de dormir allí, pero tras la cena, que compartimos todos, el sexo con mi hombre me cerró los ojos entre sus brazos. Y por la mañana, en cuanto dejamos a Alejandro en el instituto, nos fuimos a dar un paseo cogidos de la mano. Le llevé a un parque cercano y allí, en el césped, nos tumbamos bajo un árbol y nos dimos nuestros primeros besos en público.

―Siento como si nos vigilasen ―admití.

―Yo siento que todos los hombres me envidian.

Le di un pellizco y él se me subió encima. La luz que se filtraba entre las hojas se reflejaba en sus rizos y en sus preciosos ojos, y yo sentí entonces que no podía quererle más.

―Todo saldrá bien ―susurró, besándome de nuevo.

Quería creerle, necesitaba hacerlo, pero habían sido muchos meses ocultándonos y mucho tiempo el que yo llevaba escondiendo mi amor por él. Como el viento que movía las hojas, me daba pavor siquiera pensar en que cualquier cosa, por pequeña que fuera, pudiera estropear lo que para mí era lo más valioso del mundo. No pedía nada más que seguir así, con él y con mi hermano.

Por eso, hice de tripas corazón para separarme de ellos esa noche, aunque el resultado fue que apenas dormí y que aquello no pensaba repetirlo. Nadie tenía por qué saber dónde estaba mi cama en realidad, y Samuel se mostró completamente conforme.

Había sido un derroche de constancia, gota a gota casi a diario, pero al final le convencí de que volviera al trabajo. El instituto estaba muy cerca del piso y Alejandro podía ir y volver por su cuenta, acompañado además por un chico con el que había congeniado enseguida, y yo iba a estar fuera todas las mañanas y algunas tardes, por no hablar de la exigencia a la que tendría que acogerme si quería obtener unas calificaciones decentes. Además, Samuel había estado dejando muy de lado a sus amigos.

En el bufete le recibieron sin problemas, Víctor vino a cenar con sus dos hijos, y Samuel no tardó en reconocerme que se alegraba de haber dado el paso. Mi hermano estaba contento y la casa estaba limpia y ordenada gracias a Rosa, una amiga de la mujer que había trabajado para mis padres, y nosotros dos estábamos mejor que nunca.

Luego empezaron las clases, nuestro tiempo juntos se redujo, el cansancio empezó a asaltar nuestra intimidad, y me asusté. Temía alejarme de él. Pero entonces, hablando con Manuel sobre su relación con Luis, que por fin había sido sincero y no había muerto, comprendí que Samuel y yo solo habíamos entrado en una fase más madura de nuestro amor, en donde el afecto era más importante que el sexo.

Pero eso no significaba olvidarnos de nuestros juegos, al menos yo no pensaba hacerlo y Samuel no perdía oportunidad para merecer un castigo, así que le convencí para pasar un fin de semana en una casa rural. Allí, me convertí en una misteriosa chica perdida en el bosque y él en un cazador solitario, y le até brazos y piernas a la cama y le torturé de todas las formas que se me ocurrieron.

Papa LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora