XXI

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"He dejado el barco en el que naufragaba.

Descubrí que jamás estuve perdida

siempre tuve de estrella tus ojos.

Por eso estoy justo aquí,

sentada en la orilla del mar

escuchando su voz

que me cuenta tus secretos,

que pronuncia tu nombre

y habla de tus huellas sobre la arena,

de la sal de tus ojos.

Te he visto escapar de las olas,

exhalando tu brío,

exhausta,

con los brazos abiertos

mientras el océano vuelca su furia sobre nosotras.

Tu voz de sirena me atrapa

y de nuevo somos tú y yo

a punto de zarpar a un nuevo mundo

que ya conocíamos.

Esta vez no habrá tormenta que azote nuestro bote,

no habrá olas que nos separen.

Esta vez haremos de la costa nuestro hogar,

tendremos la piel canela

y nuestros hijos serán de espuma."

Kaedi Jitán

El tiempo pasó con rapidez, Lía había iniciado con terapia presencial después de lo ocurrido y había decidido trabajar menos horas para poder concentrarse en su vida personal. Supieron que Victor había sido trasladado a su cuidad natal, en donde enfrentaría cargos por violación y agresión física. Pasaría muchos años en prisión y eso para Lía era más que suficiente justicia.
Después de eso había retomado su rutina, incluso se había inscrito a algunas clases de canto y su relación con Kaedi estaba tan bien que tenían planeadas unas vacaciones a Noruega en algunos meses.

Acababa de salir del hospital cuando recibió una llamada de un número que desconocía.
—¿Diga?
—¿Lía? Soy Sara...
Aquello la había tomado por sorpresa, detuvo su caminar y se concentró en la voz de la mujer,
—Sara, qué sorpresa.
—¿Cómo estás, linda?
—Bien, gracias. ¿A qué debo tu llamada?
...
Sara no iba a dar rodeos, le dijo que quería verla. Tenía algo que hablar con ella. Lía suspiró. No estaba segura de estar lista para eso, pero aceptó.
—¿Te parece bien si te invito a comer? voy saliendo del trabajo.
—Sí, está bien, también voy de salida.
—Te envío la dirección del restaurante, te veo ahí.
Colgaron y miró su móvil. Aquella inesperada reunión le asustaba. Esperaba no arrepentirse de haber aceptado aquella invitación, lo último que necesitaba era un problema con la madre de su novia.
Una vez que llegó al restaurante encontró a Sara a lo lejos agitando su mano para que pudiera identificarla. La mujer le sonrió y se puso de pie al verla.
—Perdón, ¿tienes mucho esperando? había demasiado tráfico.
—No te preocupes, llegué hace unos minutos.
Lía tomó asiento, el mesero se acercó y les dejó el menú. Sintió los ojos de Sara mirándola fijamente, era como si intentara buscar algo en ella. Comenzaba a ser intimidante.
—¿Cómo has estado?
—Bien, gracias, ¿y tú? ¿Cómo está Gabriel?
—Bien, estamos planeando unas vacaciones antes de que termine el verano.
—Me da gusto.
Un silencio prolongado se hizo entre ellas mientras cada una observaba la carta. Lía descubrió que no había mucha variedad de comida vegetariana así que solamente pidió una ensalada. Después de que ordenaran el silencio volvió a reinar todo.
—Lía... —comenzó Sara, provocando que la chica le mirara fijamente— Imagino que estarás preguntándote porque te cité tan repentinamente.
En realidad tenía una idea, pero esperaba equivocarse. No podía continuar con ese drama de no ser la mujer ideal para su hija otra vez pero la dejó continuar.
—Sé que la última vez que nos vimos las cosas no salieron bien. En realidad quiero disculparme por lo que dije. No es tu culpa lo que Kaedi intentó hacer.
—No tienes que disculparte —intervino la chica algo sorprendida de sus palabras—, eres su madre y es completamente comprensible que estés preocupada por ella. De verdad puedo entenderlo.
Sara agradeció. Imaginó que todo quedaría así, pero Lía continuó:
—Sin embargo, me duele mucho que pienses que voy a dañarla. Yo amo a Kaedi y sé que nos hicimos mucho daño en el pasado, pero todo es distinto ahora. No pienso cometer los mismos errores.
Sara tenía sus ojos claros sobre ella. Sonrió, en realidad Lía le recordaba mucho a ella misma cuando empezó su relación con Rajid. En el fondo había intentando cambiar por él, pero en su caso, Rajid había puesto sus propias barreras y simplemente no había funcionado. Por eso creyeron que lo mejor era que cada uno siguiera su camino. Pero Lía había trabajado en eso que le había hecho perder a Kaedi. A diferencia de ella, jamás se dio por vencida para recuperar al amor de su vida. No dudaba que fuera una mujer distinta ahora, su hija era diferente desde que estaba con ella. Reía más, brillaba más y sin duda escribía desde el alma. Jamás lo había pensando, pero en el fondo Lía era buena para Kaedi. No obstante, había algo que necesitaba hacerle saber.
—¿Sabes? cuando Anna murió, muchas cosas cambiaron no solo para Kaedi, también para mí. Unos días después del accidente me di cuenta de que ella no estaba bien así que inmediatamente la llevé a terapia. El primer diagnóstico de Lucía fue que tenía un trastorno por estrés postraumático. Pensé que era totalmente normal, lo que sucedió fue algo terrible, era comprensible. Después de unos meses, Lucía me dijo que sus síntomas ya no coincidían con el trastorno y que nos enfrentábamos a algo más complejo. Kaedi tenía un cuadro de depresión... Afortunadamente después de dos años logró superarlo. A pesar de eso, sabíamos que en cualquier momento podía recaer. Se mantuvo estable por mucho tiempo hasta que pasó...bueno, cuando se mudó a Barcelona con todo lo que sucedió entre ustedes, lo del asalto a la librería, el hecho de estar sola en una ciudad desconocida. Creo que fue como un cóctel perfecto para detonar nuevamente la enfermedad.
Lía le miraba consternada, conocía lo mal que Kaedi lo había pasado desde su llegada a Barcelona y su estadía en la ciudad, pero desconocía la gravedad de su problema. Jamás imaginó que Kaedi luchaba contra un trastorno tan duro y fatalista que la seguiría toda la vida, como a ella.
Sin embargo, era impresionante ver que aunque cargaba con esa enfermedad siempre había una apacible y agradable sonrisa en sus labios dispuesta a darlo todo por las personas que amaba. Kaedi era esa cara de la depresión que era luz y de un momento a otro se volvía oscuridad. No podía creer que no se dio cuenta antes. Siempre había pensando en ella como su roca, pero estaba tan equivocada. Era consciente de que incluso las rocas más duras se desmoronan poco a poco con el golpeteo del mar.
—A Kaedi no le gusta hablar de ello, ya la conoces, le gusta siempre ver el lado bueno de las cosas —continuó Sara, descubriendo el asombro en el semblante de Lía—. Además, no es su tema favorito y creo que, de algún modo, los que la amamos evitamos mencionarlo en un afán de mantenerla protegida de ella misma —hizo una breve pausa para tomar algo de aire antes de continuar—. Si te estoy diciendo todo esto, Lía, no es para que sientas lástima por ella, es lo último que quiero, solo...me gustaría que entiendas porque es que me preocupa su relación.
—Lo entiendo, de verdad —externó la chica. Pensando que para cualquier madre sería un sentimiento natural.
—Sé que no son las mismas de hace cinco años, Kaedi ha cambiado, tú también lo has hecho. Soy consciente de todo el amor que mi hija siente por ti y estoy segura de que tú también la amas. Solo quiero que las dos estén bien.
—No tienes que preocuparte, Sara. Te doy mi palabra de que no voy a hacer nada para lastimar a Kaedi. La amo y ahora más que nunca estoy segura de que quiero estar con ella. Quiero amarla y cuidarla y... Nunca había sentido por nadie lo que siento por ella, me gusta estar a su lado, su amor me hace bien.
Sara sonrió, dejó caer unas lágrimas que intentó ocultar entre una servilleta.
—Eso es lo único que necesitaba escuchar.
Tomó la mano de Lía por sobre la mesa, mirándola a los ojos en un acuerdo de paz tácito entre ambas. Le hizo saber que había ganado una hija más y que esperaba que ella la viera como una madre. Lía sonrió. Aceptó gustosa esa propuesta. Sara pidió una botella de vino.
—Supongo que esto amerita un brindis, hija.

Soltar las amarras IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora