Capítulo veinticinco

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Jonhyuck se me había adelantado, pero no demasiado. Se mantenía a una distancia prudencial mientras bajaba por las escaleras hacia el segundo piso, aunque me tenía en todo momento en su campo de visión.

Sonreí, viendo cómo se despeinaba los mechones de cabello negro con los dedos, para luego intentar dejarlos como estaban, evidentemente nervioso.

—Me saca de mis casillas —dijo, al fin, deteniéndose en el descansillo, frente a la máquina de café.

Llegué a su altura cuando metió una moneda en la máquina, que empezó a servir aquel asqueroso café aguado que Jonhyuck parecía anhelar.

Coloqué una mano en su hombro, pero él no se inmutó.

—No creo que debas de preocuparte por alguien tan emocionalmente inestable.

Asintió con la cabeza, cogió su café y, de un trago, se lo bebió entero.

—Me fastidia que sea posesivo incluso con lo que no le pertenece —gruñó, dándose la vuelta hacia mí. Posó su mirada oscura en mi rostro, en mi ceño fruncido y en mi gesto dubitativo y pronto negó con la cabeza—. No es que seas un objeto y puedas ser de la propiedad de nadie. Eres una mujer, no un Multi Pochette.

Sonreí, viendo cómo se esforzaba en vano.

—Te recuerdo que él tiene que creer que soy suya —susurré, cruzándome de brazos por debajo del pecho. Su mirada viajó brevemente hacia mis manos, pero rápidamente volvió a mis ojos—. Es la única forma que tiene de amar. Necesita saber que tiene el control de todo, incluso de mí, de mi cuerpo y de mi pensamiento.

—Siento haberla fastidiado allí arriba. Hay que seguir con el plan si quieres manipularle para evitar nuestra destrucción social —suspiró, tirando el vaso vacío de café en la papelera de envases.

—¿Por qué la has fastidiado? —pregunté, iniciando mi marcha de nuevo tras él.

Vi a Jonhyuck morderse el interior de las mejillas, como si estuviera reteniendo algo en sí mismo.

—No me derrumbo fácilmente. Soy emocionalmente fuerte y no me dejo llevar por los sentimientos, por eso he llorado.

Llorar no es el término que yo habría usado. Había derramado cuatro lágrimas sin realizar ni una sola mueca y eso era lo más parecido a la demostración de sentimientos a la que se refería.

—No tienes que disculparte por nada, J.

Se encogió de hombros y siguió su camino, jugueteando con las mangas de su jersey de cuello alto, poco relajado, aunque, ¿quién lo estaría sabiendo que la persona que le ha apoyado y cuidado desde que era un bebé estuviera a punto de morir?

Avanzamos en silencio por las escaleras hacia la planta baja, pero algo nos detuvo a ambos antes de que pudiéramos dirigirnos a la salida del tétrico hospital más lujoso de París.

Allí, de pie, apoyada en la pared y mirándose las uñas con nerviosismo, estaba Kira Javert, la hija de la Selecta Philippa y su intrigante esposa.

Jonhyuck no le dio demasiada importancia e intentó marcharse en silencio, pero yo le retuve, cogiendo su cálida mano por segunda vez aquel día.

—¿A dónde vas? —preguntó mi compañero y yo solo le hice un gesto para que se callara.

Me acerqué sigilosamente donde estaba Kira, la modelo principal de todas las pasarelas en las que había participado Laboureche y a quien yo había vestido en múltiples ocasiones.

—Kira —dije, provocando que ella se diera la vuelta bruscamente hacia nosotros, tras escuchar mi voz.

Su mirada oscura se posó en mi y vi temblar sus pupilas mientras me observaba de arriba abajo como si fuera un fantasma.

Tu querida AgatheWhere stories live. Discover now