-Tonto-

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12. Tonto

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Atravesé el jardín de mi casa arrastrándome. Nunca había corrido tanto, ni había tardado tan poco en llegar desde el instituto. No obstante, me detuve un momento en el porche y traté de recuperar el aliento para que Nora no se preocupara cuando me viera llegar y lo cierto es que me costó esperar. Hasta que no eché a correr hacia la casa no me di cuenta de hasta qué punto la echaba de menos, de cuánto deseaba verla, estar con ella, oír su voz... No era normal, como todo el resto de cosas que me pasaban últimamente pero, ¿qué podía hacer? ¿Ignorarlo todo? Eso no haría que desapareciera.

Por eso era mejor no cuestionarlo demasiado.

Por fin me sentí lo bastante sereno como para entrar. El pasillo estaba a oscuras y las habitaciones que fui atravesando, en silencio. Solté la mochila en la entrada y me dirigí al salón.

—Ay... dios mío.

Todo el salón estaba impoluto. No solo estaba algo ordenado o recogido; alguien lo había limpiado de arriba abajo. Todos los muebles estaban resplandecientes, no había ni una mísera mota de polvo sobre su superficie, los cojines estaban perfectamente ahuecados y colocados en sus lugares correspondientes, los cristales de los ventanales brillaban, los suelos olían a limpio.

¿Nora ha limpiado? En toda su vida la había visto coger una triste escoba. Aquello era algo impresionante... aunque no más que el desayuno y la comida de esa mañana. Además, en el ambiente flotaba un olor dulce que yo seguí hasta la cocina.

La estancia estaba tan impecable como lo estaba el salón. Todo estaba recogido y sobre la isla había un redondeado bizcocho en una bandeja junto a una nota.

Hola Ben,

El pastel era demasiado complicado para mí, así que en su lugar te he preparado un bizcocho. Espero que te guste. He intentado esperarte para merendar juntos pero estaba muy cansada y he tenido que echarme un rato.

Pero puedes comerte el bizcocho sin mí.

Te quiero mucho.

Nora.

Ahora no para de decirme que me quiere pensé. Curiosamente, no logré recordar cuando había sido la última vez que me lo dijo antes de esos días estando solos.

El bizcocho olía realmente genial y aún expulsaba un poco de humo, debía hacer muy poco que lo había horneado. En cualquier caso no tenía hambre. Mis ojos se movieron hasta el techo y aumentó la urgencia que sentía en mi estómago.

Me senté en uno de los taburetes, pero en unos segundos tuve que levantarme. Sentía un terrible cosquilleo recorriéndome todo el cuerpo. Volví a mirar al techo. Necesitaba verla. Aunque fuera solo asomarme desde el quicio de la puerta.

Volví al salón y lo crucé rumbo a las escaleras. Empecé a subirlas y cuando llegué a la mitad me llegó el sonido de las notas del piano, caían rodando sobre mí desde lo alto como una cascada de sonidos, suave y armoniosa. Seguí su rastro por el pasillo y pasé junto al gran reloj dormido del abuelo sin mirarlo. La puerta estaba entreabierta y cada vez más notas se escapaban por ella.

La rendija era demasiado pequeña, así que empujé suavemente para abrirla un poco más. El aire ahí dentro volvía a ser puro; la persiana estaba por la mitad de la ventana y la luz, cada vez más naranja, se colaba rociando las paredes. La lámpara del cuarto estaba apagada, pero las lamparillas de la mesilla y de la cómoda sin desprendían algo de luz. Nora odiaba la oscuridad.

El Despertar del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora