uno, dos, tres

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el pequeño tomas, odiaba que lo dejaran al cuidado de la vecina, una viejecita de extrañas manías, muchas de las cuales la gente relacionaba con brujería. aun así, los padres del niño no se dejaban llevar por tonterías y confiaban en ella, tanto como para encomendarle su pequeño hijo.

para el niño, ella era la mas terrible de las pesadillas. no podía pegar un ojo debido a la serie de ruidos que siempre se escuchaban en su pequeño departamento, y sobre todo por una terrible canción que ella repetía una y otra vez para acompañar sus pasos:

- uno, dos, tres; me oyes pero no me ves...

- cuatro, cinco, seis; no me encontrareis...

- siete, ocho, nueve; estoy mas cerca de lo que crees...

el niño entonces se sentía acechado, buscaba alrededor, vigilaba cada rincón, quería esconderse, pero le era prácticamente imposible, pues es bien sabido por todos, que debajo de la cama o dentro del armario estaban escondidos los monstruos y esos eran los mejores escondites. ni en su casa se sentía seguro, pues la anciana tarareaba todo el día la misma tonada y tomas los escuchaba porque ambas casas tenían una pared en común.

con el paso del tiempo, el chico fue creciendo, y el miedo fue menos, hasta que una noche, mientras caminaba del trabajo a la casa, un chiflido se hizo eco en la oscura calle que transitaba... la tonada le parecía familiar, pero no podía recordad con exactitud. hasta que los chiflidos se volvieron palabras:

- uno, dos, tres; me oyes pero no me ves...

la sangre del cuerpo del joven, bajo de golpe hasta sus pies, causando tal pesadez que le era imposibles moverlos. estaba clavado en el piso, escuchando como un par de pasos se acercaban a su espalda.

- cuatro, cinco, seis; no me encontrareis...

el mismo miedo que lo paralizaba, le dio entonces impulso para salir corriendo, casi volando, hasta llegar a su casa. ahí, un ataque de risa le invadió, se sentía un poco tonto al huir de los recuerdos de su niñez. así que después de tomar aire, siguió con su rutina, escuchando primero los mensajes de su contestadora.

el único era de parte de su madre, pidiéndole que asistiera al funeral de la viejecita. en ese momento, no pudo detener los escalofríos que subían electrizando a la vez todo su cuerpo, y erizandole los pelos al escuchar nuevamente:

- siete, ocho, nueve; estoy mas cerca de lo que crees...

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