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—Estos últimos días ha estado algo... —Megumi metió las manos en los bolsillos de su sudadera gris, suspirando. —Raro.

A su lado, Itadori soltaba susurros aleatorios y carcajadas cada vez que veía una farola con un cartel que ponía 'te quiero', riéndose por lo bajo de todo aquello. Imposible no hacerlo cuando todo el jodido vecindario estaba repleto de cartulinas color rosado o añil donde estaban escritos con rotulador y torpes florituras tiernos mensajes que sabía que iban dirigidos a él.

Básicamente porque conocía la caligrafía de Sukuna.

Por suerte, su padre no le había mandado ningún mensaje por teléfono avisándole de que quería comer en su casa —solía avisar cuando ya estaba en la propia puerta, el hombre— y la Policía tampoco había pasado muchas veces durante aquel par de semanas. De lo contrario, su novio probablemente estaría encarcelado y en espera de juicio por asaltar a un bello chico gritándole poemas y lanzándole pétalos de flores a la cara.

En una ocasión casi se tragó uno.

—Y tanto. —Silbó su amigo, arrancando una postal llena de purpurina del parabrisas de un coche para mirarla y guardársela en la mochila. Megumi frunció el ceño. —¿Qué pasa? Sólo es para burlarme de él en un futuro.

Sonrieron, dándose pequeños golpes en el brazo, pareciendo incluso borrachos que regresaban a casa después de fiesta y drogas. Lo cierto era que querían pasar la tarde juntos después de haber hecho el último examen del semestre. Quizá había suspendido un par de asignaturas, pero estaba completamente seguro de que en el resto le iría  bien.

Poco a poco, comenzaba a aceptar que las cosas no sucedían siempre según lo que tenía planeado, o como le gustaría que fueran. Por mucho que se esforzara, cabía la horrible posibilidad de que todo saliera mal. Pero, al fin y al cabo, seguía siendo una posibilidad igual de válida que las otras. Estaba en segundo año de carrera, aún quedaban otros dos y tenía el suficiente tiempo para recuperar todo lo que tuviera que recuperar.

Por su parte, Itadori no se preocupaba demasiado con aquella clase de cosas. Era el tipo de persona que adoraba sentirse bien con sus notas y calificaciones, pero que también le encantaba procastinar. Era una combinación peligrosa y frustrante, parecía no afectarle. Siempre llevaba una sonrisa impresa en el rostro, podía verla mientras subían en el ascensor del edificio, mientras caminaban por el pasillo.

—Ahora mismo está trabajando, supongo que no tardará en volver. —Dijo, girando la llave un par de veces y abría la puerta del apartamento. —De todos modos, siéntete como en casa.

Hacía bastante tiempo que no se juntaban. Llevaban una pizza en la mochila —idea de su amigo, tenía miedo de que la caja se hubiera abierto— y tenían pensado pasar la tarde viendo películas. Su momento favorito era cuando se tumbaban cada uno en un lado del sofá, con sus respectivos teléfonos y se enseñaban cualquier tontería que encontraran en redes, imágenes graciosas o lo que fuera.

Lo apreciaba tanto. Casi podía ver a Sukuna, cuando llegara, sentándose en medio de ambos con brusquedad.

Dejó la bolsa de tela colgada del perchero de la entrada y ambos se arrojaron al sofá entre risas. Porciones de pizza recién sacada del horno, la película de terror que habían elegido y las persianas bajadas, con las cortinas cerradas; no podía dejar de pensar en lo estúpido que había sido cuando había creído que momentos como aquellos desaparecerían algún día.

Porque, después de acostarse por primera vez con su novio no dejó de pensar que había entrado en una etapa diferente de su vida, que ya nunca sería lo mismo. Sin embargo, no era cierto, podía seguir divirtiéndose como un crío, quedando con sus amigos para ir a la terraza de algún bar y comer comida basura. Su mirada no había cambiado, sencillamente, a medida que el tiempo pasaba, las experiencias se sumaban y las percepciones cambiaban; pero tenía los mismos ojos para ver, la misma boca para hablar y besar, los mismos brazos para abrazar. Continuaba siendo el mismo.

Sweetness || SukuFushiWhere stories live. Discover now