Capítulo único.
Catalina había escuchado que viajar en tren era una experiencia maravillosa. — ¡Es asombroso, deberías viajar en tren al menos una vez Mary, hay mucho que conocer! — recordaba las palabras de aquella señora, quien hablaba emocionada mientras esperaba su turno en el café. Desde aquel día lo había pensado largo y tendido. ¿A dónde iría? ¿Con quién iría? ¿Podría aventurarse sola? Preguntas como esa inundaban su ser, retrasando un viaje que a final del día sabría que haría. No había forma de frenar a un corazón aventurero.
Esa mañana había llegado finalmente; todo anunciaba sería un día perfecto. Un lienzo de tonos claros adornaba el cielo mientras destellos de luz infiltraban su ventana. No había duda en su mente, ese era el día. Con una prisa atípica en ella preparó una pequeña maleta. Solo llevaría lo necesario. —¡Dios, pero a donde iré! ¿Será corto el viaje? ¿Llevaba lo suficiente? — Se cuestionaba mientras observaba los pocos artículos que había acomodado en la maleta. Decidida a irse ignoró todo aquello, sabía que tanto pensar solo la haría desistir. Catalina caminaba apresurada con maleta en mano a la estación de tren. Divisó en la recién inaugurada estación a hombres y mujeres que caminaban de un lado a otro sin un rumbo fijo. A su alrededor algunos niños corrían sonrientes ajenos a lo que sucedía a su alrededor, mientras otros sujetaban con fuerza la ropa de algún familiar. Detrás un letrero rojo llamó su atención —Venta de Boletos— decía. Se dirigió aquel pequeño puesto y por fin aquella decisión apresurada que tomó cobraba vida. —¿A dónde se dirige? — Escuchó con claridad, más no hubo respuesta alguna de su parte. Una pregunta de rutina paralizó todo en su interior. Su día perfecto comenzaba a desmoronarse y ni siquiera se había subido al tren. —¿Cuál es la mejor ruta? — Preguntó Catalina, intentando no parecer ignorante ante aquel el vendedor. Catalina quería conocer un lugar nuevo, y vivir aquella experiencia maravillosa de la que tanto había escuchado hablar.
Con boleto en mano regresó a hacer compañía a aquellas personas que esperaban al igual que ella por el tren. A lo lejos se escuchó retumbar los rieles, anunciando su pronta llegada. Los hombres y mujeres dejaron de caminar y se agrupaban en pequeñas unidades. Las risas de los niños que jugaban hace unos pocos minutos cesaron dando paso a lágrimas que pensó no vería un día como este. ¿Qué había pasado? ¿Debería llorar al partir también? ¿Era ese un ritual que ignoraba? Consternada, observó con detenimiento a su alrededor. Algunos reían, otros se abrazaban fuertemente, y otro pequeño grupo derramaban lágrimas en silencio.
—¿Es tu primera vez? — Escuchó a una joven que recién se paraba a su lado. Su porte era sereno, su cabello largo se mecía con el viento y en aquella piel de su rostro no había rastro de lágrimas. Catalina solo asintió, recibiendo a cambio una sonrisa de aquella extraña. —Algunos viajan porque el tren es una novedad en esta ciudad, otros porque esperan tener mejores oportunidades al finalizar el viaje, y a otros los están esperando en algún lugar. ¿A dónde te diriges tú? — Catalina no sabía que responder, había comprado un boleto a ciegas. Ella se dirigía a un destino que desconocía. ¿Cómo le explicaba aquello sin que pareciera una locura?
—Yo iré al Noreste. Ahí están los mejores teatros. Siempre he querido conocer los teatros de la gran ciudad. Apenas ahorre lo suficiente para ir. —Escucho divagar a aquella muchacha ante su silencio.
—¿Es la primera vez que viajas en tren? Inquirió Catalina con curiosidad, aquella chica no parecía sentir que el suelo se movía bajo sus pies como a ella. Solo recibió una pequeña negación acompañada de una sonrisa. Parecía que esa era su forma de responder cuando no quería abundar en detalles. Catalina frenó su curiosidad, si aquella muchacha quisiese hablar lo hubiera hecho tal como unos minutos atrás.
