ÚNICO CAPÍTULO.

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Aún cuando se encontraba acurrucada bajo la protección de sus mantas, liberar sus emociones mediante el llanto no era nada fácil. No después de lo que habían dictaminado sus padres.

«Las flores sabrán la razón de mis lágrimas» pensó preocupada, secando rápidamente las que amenazaban por salir.

Se levantó con determinación, observando los alrededores de la casita del árbol donde se refugiaba cuando su corazón dolía.

Desde sus ocho años, aquel lugar fue su verdadero hogar, no solo por la inmensa conexión que sentía con la naturaleza y la paz que le transmitía, sino también por las pequeñas esferas de luz que la visitaban frecuentemente, elevándose sobre las coloridas flores que adornaban los bordes de la ventana de madera.

La melodía. No podía olvidarse de aquella melodía específica en lunas llenas. «Hoy vendrá» pensó.

Lourel salió de su pequeña casa del árbol, bajando las escalerillas con cuidado.

Aunque a sus recién cumplidos quince años, sus padres atribuían sus ideas muy infantiles para su edad, para ella el bosque significaba un lugar seguro, los árboles la protegían, las esferas de luz, las flores, los animales. Ella.

Se apoyó cálidamente en el árbol donde fue construida la casilla y susurró muy bajito: «Luego lo entenderán, te lo prometo. Pero no se lo digas a las flores aún, se podrían poner muy tristes. »

Antes que pudiera percatarse, su corazón comenzó a latir muy fuerte, la emoción la invadió. La melodía que tanto amaba había comenzado a sonar otra vez. Lourel sabía que sería hoy, llevaba un diario secreto donde apuntaba el patrón de sus apariciones.

Corrió con cuidado entre los árboles, siguiendo la suave voz. Se escuchaba tan cerca, pero a la vez tan lejos. Pequeñas esferas de luz la acompañaron en su recorrido, como acostumbraban.

Detuvo sus pasos abruptamente cuando llegó, las pequeñas ráfagas de luz rodearon a una pelirroja que canturreaba una canción. Sus miradas se encontraron.

Vestía un conjunto blanco, su rizada cabellera rojiza era iluminada por el único satélite de la tierra. La sonrisa que le dedicó le transmitió confianza e incluso podría jurar que sus ojos eran pequeños orbes bermellón, que encantaban descaradamente a cualquiera que se atreviera a mirarlos. Se incluía.

—Solo por hoy, permite que me quede con ellas —habló la pelirroja, volteando su vista a los halos de luz que jugueteaban sobre su palma.

—Llegaste temprano, Luna —murmuró Lourel, frotando sus manos entre sí y siguiendo con la mirada hacia los puntitos que brillaban alrededor de ella, revoloteando en distintas direcciones—. ¿Hoy me dirás lo que prometiste?

Luna se le acercó, extendiendo la mano en respuesta. Lourel pestañeó, tratando de adivinar la intención.

—Toma mi mano —indicó—. Volveremos allá.

Al recuperar la concentración, Lourel reprodujo la frase múltiples veces en su cabeza, determinando el momento exacto en el que aceptó, puesto que pronto se vieron atravesando el bosque tomadas de las manos.

Las luces continuaron acompañándolas, guiando el camino hacia la base de un árbol. Tapado con algunas hojas y ramas caídas, hallaron un pequeño cristal, el cual la pelirroja le entregó a Lourel. Ella negó con la cabeza.

—¿Cuándo podré viajar como tú?

—Un par de veces más y podrás ir a Ehjrit sin esto —informó la de cabello rizado. Lourel puchereó, examinando el cristal brillante que tenía en las manos—. Anda, pero si son bonitos.

La pelirroja soltó una risita, divirtiéndose al ver la frustración plasmada en el rostro ajeno. Lourel quiso emitir palabra, pero un puñado de hojas las rodearon antes que pudiera hacerlo, llevándolas a un mundo paralelo al original. Ambos afectando entre sí.

—Ehjrit se ve diferente de noche —Lourel abrió los ojos de par en par, maravillada completamente por el espectáculo—. Me siento feliz de no ser la única niña aquí.

—Estamos por todo el mundo. Por desgracia, ya no es seguro que nos noten —comentó la pelirroja, emitiendo un fuerte silbido luego de hablar.

Lourel no prestó atención, sumida en los paisajes que la rodeaban. Altísimos árboles con hojas de múltiples colores, flores danzantes, una suave brisa golpeando su rostro, auroras boreales iluminando el cielo, la risa suave de las hadas, el sonido de las hojas chocando entre sí, el aire limpio llenando sus pulmones.

Una enorme ave color lavanda se estacionó frente a ellas, sus plumas brillando en plateado.

—¡Palmus! —Lourel se acercó con alegría al buche del pájaro, abrazándolo contra su cuerpo, siendo correspondida por un cántico suave.

Ambas se subieron a él, con Lourel al frente, elevándose en los aires entre risas y mareos. Las montañas, bosques y ríos que observaba desde arriba eran maravillosamente increíbles. Todo brillaba. Las luces de los pueblos resaltaban.

Lourel sonrió ampliamente y entrecerró los ojos por el fuerte aire que golpeaba su rostro a esa altura.

—¿Por qué me elegiste a mí para venir aquí? —Lourel preguntó, tensando su cuerpo cuando la pelirroja abrazó su cintura y apoyó la mejilla en su hombro.

—Fue este mundo quien lo decidió —comenzó la de cabellos rizados—. Fui al mundo humano para guiarte hacia aquí, el lugar donde nací. Aunque, hay casos donde llevamos doble vida, mezclándonos entre la gente.

—¿Cómo me encontraste? ¿Por qué yo?

—Las hadas podemos comunicarnos con nuestras almas gemelas mediante el canto. Hay veces donde me escuchabas, pero no estaba allí. —confesó Luna, soltando su risita característica.

Palmus aterrizó a la orilla de una cascada espumeante, sonora, de aguas zafiro, donde pequeños peces de colores salpicoteaban agua. Ambas bajaron y él retomó el vuelo.

—Entonces, ¿somos almas gemelas? —Lourel acunó su propio rostro con ambas manos.

De pronto, de entre árboles se materializó un joven con orejas puntiagudas, ropas violetas, quien las observó inmutable. Luna dio saltitos, acercándose a tomar al joven del brazo.

—¡Ya llegó quien te explicará tu misión en el mundo humano! —exclamó ella.

—¿Mi misión?

Luna volvió a invadir el espacio personal de Lourel, acercando su rostro al foráneo, miradas conectándose con candidez. 

—Aún te queda mucho por descubrir de nuestro mundo, Lourel —murmuró Luna, atreviéndose a deslizar su mano hacia la ajena, para tomarla y entrelazar sus dedos con los opuestos. 

Sonrisas cómplices en una nueva gran aventura. 

Magia en sus orbes bermellónWhere stories live. Discover now