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Estoy tiste. Mis ojos duelen de tanto observar a la persona que en tan poco tiempo se ha vuelta de las más importantes en mi vida. No puedo respirar sin él, no puedo.

Yo no me conformo con que sea feliz, yo quiero y ambiciono que lo sea a mi lado, solo conmigo. No voy a ocultar los deseos mezquinos que me dominan. Acepto plenamente que soy un ser humano incompleto, imperfecto y envidioso; Leonardo debe ser exclusivamente mío.

En una suave esquina de mis recuerdos, se mantienen vivos y brillantes los momentos felices que alguna vez pasamos juntos, las tardes discutiendo el teorema fundamental del cálculo, las mañanas inauguradas por su dulce y tímida sonrisa, las noches donde me revuelco en la cama soñando que me mira a los ojos y de su boca salen muchos peces de colores.

¿Y si fuéramos novios me buscarías hasta en la sopa, Leonardo? Te buscaría en la biblioteca, en los tratados de Reimman o en el manicomio en el que encerraron a Cantor. ¿Si fuéramos novios tomarías mi mano y dirías que son delicadas y finas? Diría que son azarosas, retorcidas, deliciosamente complicadas y poderosas como la función de Thomae. ¡Ay, Leonardo! ¿No te das cuenta que mi piel se incendia con tu mirada?

Lamentablemente todo el ímpetu que pudiera exudar se congela. Leonardo encontró a una persona con la cual compartir su vida, planear sus días y acariciar su cabello, y esa persona no soy yo. Desde que conoció a Diana, sonríe a cada momento, frecuentemente me cuenta lo afortunado que es él por haberla encontrado y lo perfecta que es ella por haberlo aceptado.

Mientras escucho la historia de amor que pinta con sus palabras mi alma se va consumiendo lentamente. Quisiera gritarle que parara, que sus acciones me lastiman y me desangran, pero prefiero esto a perderlo en alguna forma.

Siempre me imagino a mí mismo recibiendo sus besos, sus caricias y su compañía. Fantaseo con poseerlo en todos los sentidos imaginables, pero eso no es posible. Guardar todo lo que siento por Leonardo me está causando una gran depresión, cada vez mis días son más grises, las nubes ya no tienen formas extravagantes, las catarinas perdieron las alas y el café sabe a lodo.

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Antonio se aferraba con todas sus fuerzas a la espalda de Raúl, la arañaba. Con sus dientes le mordía el lóbulo, dentro de su cuerpo una gran guerra se gestaba. El sexo de Raúl, parecía hacerse más grande con cada envestida. En un instante los dos cuerpos sudorosos se contrajeron de placer y los pecados de Raúl se derramaron dentro de Antonio.

Ambos temblaban mientras se recostaban uno al lado del otro, comenzó un momento en donde las palabras ya no alcanzan para comunicar los intensos sentimientos que con el orgasmo alcanzaron. Sus manos se entrelazaron y sus labios devoraron la distancia entre ellos.

-¿Me quieres? – Antonio se acurrucaba.

-No lo sé, en estos momentos quiero muchas cosas. Quiero un cigarro de marihuana o unas líneas de coca, por ejemplo.

-¿Desde cuándo consumes esas cosas?

-Desde que mi trabajo casi me mata, por enésima vez.

-Lo que tú haces no se le puede llamar trabajo.

-Mi "trabajo" le da de comer a mi hermano y mi madre, con eso me es suficiente.

-Deja ese mundo horrible.

Raúl cerró los ojos. El discurso que seguía se lo sabía de memoria, ni la persona con la que compartía mas intimidad, Antonio, podía comprender la difícil situación en la que se encontraba. Desde que su padre se fue toda la responsabilidad de mantener a la familia cayó sobre sus hombros, aunque su madre también trabajaba lo poco que ganaba no cubría ni el recibo de luz.

Sin embargo no se derrotó, por medio de un amigo, que ya estaba más muerto que los héroes de los libros de historia, se metió en la venta ilegal de armas, si él no tomaba la iniciativa para mejorar entonces quién. ¿Dios? ¿El gobierno?

La necesidad lo orilló a la abyección en la que ahora vivía. Se sacrificaba por su hermano, por su madre, pero el "trabajo" le comenzaba a pasar factura tanto en su salud física como mental.

Con Antonio encontraba un resquicio de paz, un instante en el que se sentía pleno.

-Vivimos con lo que tenemos, no con lo que queremos Antonio.

-Yo si vivo con lo que quiero: a ti.

-Me tengo que ir.

Raúl se vistió, en su imaginación sentía las manos de Antonio rosando su brazo. Bajaron a la recepción del motel, en una de las televisiones transmitían la noticia de un adolescente asesinado presuntamente por un asaltante. Por un segundo la cara brutalmente desfigurada del muchacho se asemejó a la de Rodrigo.

En la parada del autobús sus caminos se bifurcaron. Raúl anduvo sin rumbo fijo, de un autobús a otro, haciendo pequeñas paradas para comprar cigarros. Terminó en una parte de la ciudad muy lúgubre donde fábricas y pequeñas casas se amontonaban por igual, no sabía ni qué hora era, ni a que distancia se encontraba de casa.

Se sentó en la barda de un puente, observando los carros y la gente que pasaba debajo, a sus oídos llegaron los gemidos de Antonio, la lascivia que ambos producían junto con los abrazos delicados y casi amorosos que ocurrían. Lo extrañaba. Miró al cielo preguntándose si estos derroteros, si todos su esfuerzo tendrían un final o un inicio que nunca conocería.

En la orillaWhere stories live. Discover now