1) La Llegada al Infierno

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Todo parecía en orden dentro de la Hermandad Oscura, los niños del lugar seguían con su rutina diaria, cenando en el silencioso comedor sin prestar mayor atención a otro de los crímenes de dichosa hermandad. Lo único que resonaba en la gigante habitación, era el constante tintineo de las cucharas al dar contra los platos de cerámica. La excepción a esto eran dos pequeños que notaron algo inusual en el lugar; desde lejos podían apreciar la llegada de otro miembro a la Hermandad. Era de lo más normal ver como llegaban niños nuevos al recinto pataleando y llorando, haciendo un berrinche por toda la extrañeza de el lugar desconocido y sombrío. Pero aquel pequeño que había llegado, se notaba triste y callado, por lo que casi apareció desapercibido por la multitud salvo de los dos amigos que miraban al niño con mucha curiosidad.

-¿Ese es el nuevo?-Preguntó susurrando uno de ellos-¿Y por qué no llora cómo los demás?-cuestionó confundido.

-Vendrá defectuoso-se burló su amigo sin prestarle mucha atención al recién llegado que se veía completamente indefenso.

-¡Rubén! No te burles del pobre, que si ese niño fueras tú no te estarías riendo-le reprochó un poco fastidiado el contrario.

-No sé por qué te preocupas tanto, Guille, siempre llegan críos a este infierno. Si me burlo o no igual va a sufrir aquí-respondió en tono bajo, mirando fijamente su plato con garbanzos y tomando algunos con la cuchara.

-Joder, tío, que se ve asustado, al menos deberíamos decirle cómo funcionan las cosas aquí, para que no se sienta solo-empezó a elevar la voz levemente, a lo que su amigo lo miró con reproche.

-Pues ve tú a ayudarle, que yo prefiero vivir. Ya sabes lo que puede pasar si nos pillan-murmuró desinteresado-y calla que sino nos van a oír-le golpeó levemente en el hombro.

Tras decir estas últimas palabras, una señora de cabello desordenado y parcialmente gris que se paseaban libremente por el comedor, escuchó unos cuchicheos y fue directamente hacia la mesa donde se encontraban los dos niños discutiendo. No alcanzaron ni a verle la enojada cara a la señora, cuando ésta les golpeó las manos con una regla a cada uno. Rubén miro a su amigo con enojo mientras se sobaba la mano afectada, puesto que se acababa de llevar un castigo gratis por su descuido al decidir hablar. Los dos sabían que tenían estrictamente prohibido hacer cualquier sonido que llamase la atención mientras comían la merienda.

Aún así, Guillermo; acostumbrado a tales tratos por parte de los Superiores; ignoró el ardor de sus manos y continuó mirando con curiosos ojos al pequeño que se encontraba a varios metros de él. Lo observaba fijamente, como si lo estuviese estudiando. No sabía por qué le llamaba tanto la atención, quizás por el hecho de que se viese tan tranquilo y no gritara como solían hacer otros niños después de que los trajeran al "infierno", como solían llamar a ese lugar. Veía como uno se los Superiores le apuntaba al comedor, posiblemente explicándole que ese era el lugar donde comería, y luego vio como ambos se alejaban de su campo de visión, volviéndolo aún más curioso sobre lo que pasaría después con el pequeño.

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Mientras tanto, David observaba a su alrededor con total desconfianza, miedo, y repugnancia. Lo último que recuerda es estar con su familia en la feria, implorándole a su madre para que lo llevase a comprar un peluche de búho que tanto le gustaba. Su madre le había dicho que esperase, pero él, no conforme con esto, se escabulló en búsqueda del búho sin siquiera pensarlo dos veces. Lo único en lo que pensaba era en los brillantes ojos de aquella criatura que enamoró su vista la primera vez que la vio al pasar junto al puesto de vendedores. La textura se veía tan suave que sólo quería tocarla, abrazar al peluche con mucho cariño, y que se volviese su nuevo compañero de aventuras. Sin embargo, esas ilusiones serían en vano.

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