Por siempre tú y yo - I

81 12 0
                                    

Secco despertó fatigado con el suave cantar de los jilgueros al amanecer, apretando los párpados para evitar deleitarse con el plácido Sol que entraba por la ventana. Bostezó con fuerza según se levantaba de la cama, apoyándose en una mesita de noche que había junto a la cama para mantenerse en equilibrio.

Caminó tambaleando ligeramente hacia el baño, el cual se encontró ya ocupado; Cioccolata había madrugado, algo que ya no le era necesario, para acicalarse un poco. El doctor no parecía darse cuenta de su presencia, así que a Secco no le quedó otra opción que el abrazarle por detrás, pegando su cabeza contra su espalda, prácticamente acurrucándose contra él.

"Cioccolata..."

El doctor dejó sus quehaceres tras escuchar la voz adormilada de su compañero, limpiando su cuchilla de afeitar y dejándola sobre el lavabo.

"¿Secco? Qué pronto te has despertado, ¿no?"

"Esto... ¿Qué hora es?"

"Aún son las ocho de la mañana, Secco. Venga, acuéstate un poco más."

"Las... ¿Las ocho? ¿Has dicho las ocho?"

Cioccolata se quedó en silencio, habiendo olvidado la pérdida de oído que Secco había sufrido meses atrás. Aún si su audición había mejorado ligeramente desde que salió del hospital, las secuelas de su accidente seguían ahí, haciéndose notar en su pierna ortopédica.

El doctor, tras conocer la noticia, se había tomado la molestia de aprender lenguaje de signos, y de enseñarle palabras y frases básicas para poder conllevar su día a día, hasta que sus tímpanos sanasen lo suficiente como para volver a escuchar. Había hecho todo lo que estaba en su poder para que él y Secco pudieran tener una vida medianamente normal, a veces olvidando sus propias secuelas del accidente.

Tras meditar un poco, Cioccolata se giró para observar mejor a su mascota, fijándose en sus cabellos alborotados y su pijama arrugado. Le acarició el pelo con una sonrisa y reposó su única mano sobre su hombro.

"Las ocho, Secco," asintió, hablando con claridad. "Las o-cho."

Secco se quedó un poco embobado, moviendo los ojos de lado a lado, notándose que estaba recién levantado.

"Cioccolata... ¿Íbamos a hacer algo hoy?"

"Sí, sí que tenemos planes, Secco. Hoy teníamos una comida con Squalo y Tiziano. Pero solo eso."

"Una... ¿¡Una comida!? ¿E-En plan, hay que cocinar? ¿Tenemos que hacer la compra?"

Cioccolata carcajeó con jolgorio. "¡No, no vamos a cocinar nosotros! Sólo les he invitado a comer a una trattoria de por aquí cerca. Nada de lo que tengamos que preocuparnos."

Secco suspiró aliviado, como si habiéndose quitado un enorme peso de encima.

"¿Por qué suspiras ahora?"

"Es que, a ver, Cioccolata... Pensé que nos tocaba cocinar y, entre que yo estoy medio sordo, y a ti te falta un cacho de cerebro, pues... Me preocupé un poco."

El doctor le correspondió con un carraspeo ligeramente molesto, contrastando con su risotada de antes.

Cioccolata no iba a negar que su contienda de hace meses con Giorno Giovanna, el niño repelente y actual jefe de Passione vete tú a saber cómo, le había dejado plenitud de secuelas, tanto físicas como mentales. Y, por encima de todas ellas, destacaba el hecho de que había perdido una fracción de su cerebro, hecho que le iba a acompañar el resto de su vida le gustase o no.

Aún habiendo asistido a sesiones de rehabilitación, y habiendo retomado su viejo hábito de anotar las cosas en un diario, el daño que Cioccolata había sufrido era prácticamente irreversible. Sus movimientos rara vez se coordinaban correctamente, su concentración se había visto afectada, se mostraba más impulsivo de lo normal, y en ocasiones se veía con dificultades para moverse por los espacios, tanto abiertos como cerrados.

Había estado haciendo todo en su poder para que Secco no se preocupase por él en exceso, pero sus esfuerzos habían sido, en gran parte, en vano. Secco había ignorado sus propias secuelas para ofrecerse por completo a su amo, ayudándole hasta en las tareas más insignificantes.

"No me seas así, Secco. Recuerda lo bien que nos ha ido desde que ambos terminamos la rehabilitación. Ahora, venga, vete a dormir un poco, que luego te despierto."

Secco le miró con esos ojos enormes y hermosos que tenía, los cuales Cioccolata se había planteado añadir a su colección en más de una ocasión en los rincones más recónditos y siniestros de su mente. Se quedó mirándole como atontado durante un buen par de segundos, hasta que se dio la vuelta y regresó a su habitación, donde se tiró a la cama tal como si su cuerpo careciese de vida alguna.

Cioccolata, aún habiendo interrumpido su sesión matutina de cuidados faciales, le siguió hasta su cuarto y le tapó con sumo cuidado, asegurándose de que su tan amado perrete estuviese bien tapadito. Acarició sus cabellos rubios, como de costumbre, y viendo que Secco no tenía mucho más que decir, se inclinó avergonzado para besar su mejilla.

cuando zarpa el amorOù les histoires vivent. Découvrez maintenant