Capítulo Diez.

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—Necesito que me compres un anillo —pedí entrando a la habitación de Declan Scott como si nada. Admito que había tomado demasiado azúcar y café, así que no estaba pensando en absolutamente nada mientras actuaba. Él me miró desde su cama, claramente confundido y sin entender qué hacía yo pidiéndole semejante cosa—. Tengo que darle tantos celos que se dé cuenta de que no puede estar sin mí.

—¿Hablas de mi hermano? ¿No es mejor simplemente decirle lo que sientes? —me preguntó confundido, poniéndose de pie mientras se refregaba los ojos. Observé unos minutos al menos de los Scott en calzoncillos y me pregunté si esos hermanos eran tocados por Dios. Sino no se entendía por qué estaban tan buenos—. Lizzie me estás mirando la entrepierna.

—Ah, sí, es algo que hago siempre.

—Es incómodo...

—Ustedes nos miran los pechos y el trasero todo el tiempo —le respondí encogiéndome de hombros y él se rio al instante porque aquello era cierto. Negó con la cabeza mientras giraba como si estuviera buscando algo en la habitación. ¿Realmente no sabía vivir sin Suni? Era preocupante su necesidad de ella.

—¿Qué hora es? ¿Por qué Sun Sun no ha llegado todavía?

La puerta se abrió de un golpe y la chica entró con una bolsa de esas que usan los hombres para poner sus trajes, dos cafés y un bolsito bello que llamó mi atención. No podía entender esa relación, pero tampoco la juzgaba, todos éramos extraños en cierto punto. Declan resopló como si estuviera enojado por la tardanza de su asistente y lo miré algo sorprendida por lo mucho que necesitaba de ella hasta para elegir vestimenta.

—Es un día importante hoy, Suni. ¿Cómo vas a llegar tarde?

—Lo siento, lo siento —decía mientras dejaba las cosas sobre la cama y se inclinaba para pedir disculpas como suponía yo que hacían los orientales. Sonreí porque la chica me seguía pareciendo adorable, una pena que Declan la tratara de ese modo—. Había mucha gente en Starbucks y una persona me robó el lugar.

—Suni, tienes que empezar a defenderte —respondí desde donde estaba, sentada en el sillón que Declan tenía. La chica dio un pequeño salto al verme y Declan comenzó a vestirse frente a nosotras como si nada. A Suni no pareció importarle, pero a mí me molestó. Pero tampoco podía quejarme, estábamos en su habitación—. No me acosté con él, acabo de llegar con la misma energía que tú.

Suni se mostró confundida, pero asintió sin saber realmente que decirme. Yo decidí ponerme de pie, dedicada a comenzar mi día en donde buscaba una solución para los problemas. Cuando tomé mi teléfono me di cuenta de que tal vez no iba a tener que pedirme un Uber. Mi agente literario me había enviado un mensaje diciéndome que tenía que ir a la editorial de Marcus, que tenían una oferta para mí. Suspiré y miré a Suni, que tenía esa carita de travesura. Para ser una enana había que admitir que era rápida con las estrategias.

Fuimos todos juntos a la editorial en el auto de Declan, aunque lo manejaba Suni. La chica se quitó los zapatos y se puso unas zapatillas cómodas para manejar, pero antes de subirse puso un almohadón en el asiento y tiró mucho perfume. Declan se quejó por un rato, pero abrió la ventanilla y fue mirando el camino tomando pequeños sorbos del café que le había traído Suni.

—Señorita Elizabeth, tome mi café. No sabía que estaba... sino le compraba uno para usted.

—No tienes que ser tan amable, Suni —la regañé, porque no podía ser que estuviera comportándose tan linda conmigo todo el tiempo. O tal vez tenía un crush conmigo, no lo sabía. Si Marcus no me prestaba atención, tal vez tenía que abrirme a otras posibilidades. Me reí y luego recordé porque me gustaban tanto los hombres—. Tomé mucho café antes de venir, si tomo más seguiré mirando entrepiernas toda la tarde.

Declan se rio al escucharme y Suni lo miró como si fuera una canción nueva de One Direction. Yo era bastante observadora, pero tengo que admitir que esa relación me obsesionaba. Suni parecía ser la persona que daba su vida por Declan y él la ignoraba. Ya estaba creando ideas en mi cabeza y teniendo en cuenta que no tenía nada para otro libro todo me venía bien.



La editorial estaba cambiada, pero seguía teniendo aquella sensación preciosa cuando entrabas. Esa sensación de nuevo, de libros y de cosas bien hechas. No sé como explicarlo, pero entrar me recordaba a mis años siendo una joven llena de ilusiones. Buscando como llamar la atención de Marcus, esperando que Laura me hablara para lograr ser su amiga o los momentos que tantos desastres hice. La editorial era como mi casa y la amaba sin poder evitarlo.

Muchas cosas habían cambiado como la organización de los escritorios, las plantas, los libros en las estanterías y hasta las personas. Laura se había marchado, eso yo ya lo sabía, a trabajar en un lugar de moda que le gustaba mucho. Era entendible, Laura odiaba leer y aun así trabajaba en una editorial.

—Lizzie, espera —me dijo Declan cuando salimos del ascensor y me detuve para observarlo. No era mi tipo de chico, pero estaba bello con aquel traje azul que hacía lucir más sus ojos del mismo color. Se lo notaba nervioso, pero yo no sabía el motivo de esa sensación que vivía. Sacó del bolsillo de su pantalón un anillo y yo lo miré sorprendida, porque había hecho lo que le había pedido—. Mi padre se lo había dado a mi mamá... como si pudiera casarse cuando tenía otro matrimonio. Pero bueno, creo que nos sirve como parte de la farsa.

—Gracias. Sigo sin entender por qué haces esto —confesé y cuando estaba por ponerme el anillo, él me lo quitó de las manos y deslizó la joya por mi dedo. Le sonreí agradecida por su gesto, pero me congelé cuando noté que estaba acercándose demasiado a mí. Quise irme hacia atrás, pero él apoyó una mano en mi cintura impidiéndole escapar. Su boca tocó suavemente mi mejilla y por un momento me sentí de lo más extraña. Una cosa era fingir sin gestos, otra cosa era fingir de ese modo tan real.

—Pronto lo descubrirás —me susurró al oído luego del beso, alejándose de mí y caminando hacia lo que yo creía que era su despacho—. No te vayas sin mí, volvamos juntos.

Ok.

En mi mente había una gran confusión y no sabía cómo explicar que estaba pasando. Hasta que me encontré cara a cara con Marcus y su novia, la portera. Bueno, no Portia. Me gustaba llamarla así. Ella me regaló una sonrisa simpática que odié y él me miró fijo enojado. Sabía que estaba furioso, que odiaba lo que estaba sucediendo y que estuviera besuqueándome con su hermano. Pero ese mismo enojo estaba logrando cosas, yo lo sabía. Le regalé una sonrisa y luego miré a Portia. La guerra acababa de comenzar.

La chica del jefe [Editorial Scott #2]Where stories live. Discover now