VI

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Ares

Su cabello pelirrojo caía por todo su cuerpo, como un manto de seda. Su rostro parecía el de una deidad, pero con rasgos más afilados e inocentes. Todo en ella gritaba pureza.
Su ropa rasgada, sus labios secos, la sangre que brotaba de sus rasguños, su imagen misma.

Era imposible.

—He dicho que ¿Qué me ves?— habló.

Cruzó sus brazos cubriéndose el pecho. Parecía vacilar cada vez que hablaba, como si no estuviera segura de lo que hacía. Su mirada me desafiaba y en cada palabra que decía arrojaba agujas punzantes.

Sino hubiéramos estado en esta situación probablemente me estaría burlando de ella ahora mismo. No tenía ni idea de con quién estaba tratando.

Me aclaré la garganta, me senté delante suyo y me apoyé con mis brazos mientras estiraba mí espalda hacia atrás.
Entrecerré mis ojos, intentando adentrarme en esa mirada que me observaba con cautela.
Y a decir verdad, la vista no era mala. Ella era muy bella para ser una humana cualquiera. Incluso por un momento divagué y me pareció ver por primera vez a alguien digna de ser la envidia de Afrodita misma.

—¿Que haces tú aquí?— pregunté.

—Lo mismo podría decir yo— se inclinó hacia delante para estar a la altura de mis ojos.

—Yo pregunté primero.—Se mordió los labios frustrada y puso los ojos en blanco—Salí a correr—

—¿Y corriste tanto que llegaste hasta aquí?— cuestioné incrédulo.

—Digamos que disfruto correr.— pronto se rascó su brazo derecho. El sudor caía por su frente y claramente se notaba nerviosa. Estaba mintiendo— ¿Y tú? ¿Qué rayos es eso?—

Apuntó hacia el perro y este gruñó y me miro como si quisiera qué la reprendiera por referirse a él como "eso" cuando apenas era un cachorro. Y era de las pocas criaturas que me parecían adorables, por no decir la única.

—"Eso", como tú le dices, es Cerberus, el perro de mí tío. Y como vuelvas a faltarle el respeto, lo dejaré tragarte entera—

Cerberus se relamió los dientes. Estaba jugando y se estaba divirtiendo. Jamás sería capaz de comerse a alguien. Es vegetariano.

—¿Estas bromeando? ¡Tiene tres cabezas! Ese no es un perro, ¡Es el diablo!—

—Si, bueno, algunos perros son de tamaño bolsillo, otros chillan sin parar. Cerberus tiene tres cabezas—

Incrédula hizo la cara más graciosa de todas. Abrió los ojos de tal forma que casi y salen desorbitados, estaba anonadada. Su mandíbula incluso parecía querer caer al piso. Tal fue así que no pude evitar mofarme de ella.

No podía recordar cuando fue la última vez que me reí tan fuerte.
A pesar de eso, caí en cuenta de que su vestimenta apenas y le cubría el cuerpo. Aquí no hacía frío, pero ella era tan pequeña y delgada que me sentí con la obligación de ocuparme de esta mujer, así que me despojé de mí capa y cubrí su cuerpo.

Sus ojos parecían los de un venado asustado y me observaba sin comprender todo lo que estaba pasando.

—¿Sabes dónde estás?— cuestioné.

—No, yo solo crucé el puente.—

Volví a mí estado escéptico.

El bosque que ella acaba de cruzar era el de las Alseides. Ninfas que se escondían entre los árboles para asustar a los curiosos hasta hacerles perder la cordura.
Absolutamente nadie en su sano juicio entraba ahí y mucho menos se acercaba al puente.

Por los Dioses, HelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora