PRÓLOGO

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PRÓLOGO

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El suave aleteo de unas alas, acompañado de unos chillidos agudos era lo que más resonaba en el enorme jardín

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El suave aleteo de unas alas, acompañado de unos chillidos agudos era lo que más resonaba en el enorme jardín. Una parda lechuza revoloteaba por encima de la cabeza de su ama, mientras esta se encontraba concentrada en un libro. Bajo la sombra de un enorme árbol, la joven niña pasaba las hojas cada pocos minutos, totalmente enfrascada en la lectura. Ni siquiera el griterío de los pájaros era suficiente para despistarla de las letras, pues ella ya estaba acostumbrada a aquellos sonidos.

Una sombra comenzó a proyectarse encima de su libro. Era pequeña, más o menos de su altura, y por eso no le hizo falta levantar la cabeza para saber de quién se trataba. Sólo él era capaz de intentar interrumpir su lectura sin temer llevarse un zapatillazo en toda la cabeza. Después de todo, más tonto no se podía quedar.

—¿Qué quieres ahora, hermano?—preguntó la niña, pasando la página y enfocando sus ojos verdosos en la primera palabra. Resopló al no obtener respuesta—. ¿No ves que estoy ocupada?

—Ven conmigo—respondió el niño.

Ahora sí, la niña elevó la mirada. Se topó con los ojos grisáceos de su hermano brillando con preocupación, debajo de su ceño fruncido. La pálida mueca del niño destilaba preocupación.

—¿A dónde?—quiso saber la niña, frunciendo su ceño con malestar.

—Sólo ven conmigo—insistió el niño, apurado.

La pequeña suspiró en forma de derrota, mientras marcaba la página y cerraba el libro. Aceptó la mano que su hermano le tendía y se levantó del césped. Se sacudió la falda del vestido, al menos unos segundos, puesto que el niño comenzó a arrastrarla. Ni siquiera hizo caso a sus quejas, simplemente se limitó a caminar con decisión hacia algún lado.

Dianne y la piedra filosofal¹ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora