¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Las ancianas cortan el hilo (Parte tres)
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Me volví hacia Percy para comentárselo y vi que estaba igual que yo, luego ambos giramos a Grover qué había palidecido. Tenía un tic en la nariz.
-¿Grover? -le dije-. Oye...
-Dime que no los están mirando. No los están mirando, ¿verdad?
-Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines? -bromeó Percy.
Volví a mirar al puesto.
-No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.
La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora. Grover contuvo el aliento.
-Subamos al autobús -nos dijo-. Vamos.
-¿Qué? -repliqué-. Ahí dentro hace mil grados.
-¡Vamos! -abrió la puerta y subió, pero tanto Percy como yo nos quedamos atrás.
Al otro lado de la carretera, las ancianas seguían mirándonos. La del medio cortó el hilo, y juro que oí el chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico. Sus dos amigas hicieron una bola con los calcetines azul eléctrico, dejando la duda de si podría ir a comprarlos para Cerbero.
En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.
Los pasajeros vitorearon.
-¡Maldita sea! -exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra-. ¡Todo el mundo arriba!
Aproveche para sentarme delante de los chicos. En cuanto nos pusimos en marcha empecé a sentirme febril, como si hubiera contraído la gripe. Gire a mirar a los chicos y parecían no tener mejor aspecto que yo: temblaban y le castañean los dientes.
